Más vale tarde
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha dado un primer paso hacia la adecuación de la distribución del poder de decisión en sus órganos de gobierno a los profundos cambios que han tenido lugar en la economía y las finanzas internacionales en las dos últimas décadas. Desde su creación en 1944, el voto está determinado por las cuotas de los países socios, y éstas por una fórmula, de rígida composición, en la que la magnitud del PIB de cada uno es uno de los factores importantes. Con independencia de variaciones significativas en los tamaños relativos de las economías en los últimos años, el cambio más importante es la amplitud de la base de socios de esa institución y, en todo caso, el peso de algunas de las economías consideradas emergentes. Es el caso de las cuatro que han aumentado su cuota en la revisión parcial ahora acordada: China, México, Corea del Sur y Turquía.
El gradualismo propio de este tipo de reformas en los organismos multilaterales ha dejado aplazada una revisión de más calado. La supervisión del régimen cambiario nacido en Bretton Woods dejó de tener sentido a partir de su ruptura a principios de los años setenta. Hoy el FMI está más preocupado por la estabilidad financiera internacional y la situación macroeconómica compatible con la misma. Es una inquietud razonable, en la medida en que las crisis financieras han sido demasiado frecuentes y demasiado costosas, desde que se hizo extensiva la libertad de los movimientos de capital en todo el mundo y de la incorporación a la escena financiera global, en ocasiones precipitada, de las economías emergentes.
En esa mayor correspondencia entre envergadura de las economías y representación, España sigue teniendo menos importancia que la que su PIB determinaría. Aunque hay poco lugar a la queja, pues lo que nuestras autoridades deberían defender es más bien una crecientemente unificada representación de la zona euro en el FMI. Las 12 economías que comparten moneda y banco central también lo hacen con flujos financieros. Sobran razones para que la cesión de soberanía fundamental que supuso la desaparición de las monedas nacionales y el nacimiento del euro también se concrete en una voz común en un organismo multilateral de carácter monetario y financiero. Si así ocurriera, no quedarían menoscabados los intereses nacionales y sí, en cambio, fortalecida la ya importante proyección internacional del euro. Ésa debería ser la tendencia si queremos que la Unión Monetaria perdure y pese.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.