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Análisis:Puro teatro | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Shine On, You Crazy Diamond

Marcos Ordóñez

Tom Stoppard es el único dramaturgo capaz de mezclar la leyenda de Syd Barrett, las revueltas de Praga y la democracia domesticada de Tony Blair con la crónica de tres generaciones de una familia inglesa liderada por un marxista irreductible. Su nueva obra, Rock 'N' Roll, escrita para conmemorar el 50º aniversario del Royal Court, donde ha permanecido seis semanas, es ahora el éxito de la reentrée en el Duke of York del West End. Por una extraña conjunción astral, vi Rock 'N' Roll al día siguiente de la muerte de Barrett, el Salinger de la psicodelia, que llevaba treinta años recluido en la casa de su madre, en Cambridge, luchando con una esquizofrenia detonada por el ácido. No sabría decir si su fantasma flotaba en el escenario del Court, pero su espíritu, elevado a categoría pánica, atraviesa la caleidoscópica propuesta de Stoppard, que cumplirá los setenta el año próximo pero sigue escribiendo con la energía y la pasión de un adolescente. Al principio de Rock 'N' Roll, una noche de verano del 68, Esmé, la hija hippy del profesor Morrow, ve (o cree ver) al mismísimo Syd en lo alto del muro del jardín familiar, tocando la flauta como el dios Pan y cantando Golden Hair sólo para ella. Es el "verano del amor" pero también el fin de la primavera de Dubcek, arrasada por los tanques.

A propósito de la obra Rock 'N' Roll, de Tom Stoppard, en el teatro Duke of York de Londres

La obra viaja de 1968 a 1990, entre Cambridge y Praga, esquematizadas por una escenografía giratoria sorprendentemente paupérrima. Jan, el eje del carrusel, bien podría ser el escindido álter ego de Stoppard, nacido en la antigua Checoslovaquia pero crecido y educado en Inglaterra. Dicho de otro modo: Jan, joven estudiante checo fascinado por el rock y la cultura occidental, es un Stoppard "posible", si el dramaturgo hubiera regresado a su país tras la invasión soviética. La noche de la aparición del flautista, Jan (el espléndido Rufus Sewell, que ya protagonizó Arcadia) se enfrenta a su tutor británico, Max Morrow (Brian Cox, casi un clon de Albert Finney), un filósofo estalinista hasta el tuétano que tiene "la edad de la Revolución de Octubre" y aprueba la anexión: "Si once millones de soldados rusos no hubieran muerto, Checoslovaquia sería hoy una provincia alemana". Recién llegado a Praga, la policía requisará la colección de discos "decadentes" que Esmé, su amor secreto, le ha regalado. Eso será sólo el principio de una ordalía que le llevará a la cárcel y arruinará su carrera académica por defender a muerte a una pequeña banda underground, The Plastic People of the Universe, emblema de una rebeldía sin consignas que los rusos no están dispuestos a tolerar. El espíritu subversivo y liberador del rock no es aquí un simple cliché nostálgico: la detención del grupo detonó la protesta que culminaría en la famosa Carta 77, prólogo de la "Revolución de terciopelo". Rock 'N' Roll podría ser una tediosa obra "de tesis" si Stoppard no inyectara ingenio, emoción y verdad (o verdades contrapuestas) en los abundantes enfrentamientos de sus personajes: Jan y sus compañeros debatiendo las formas posibles de disidencia, cercados por una opresión creciente, y el viejo Max, anacrónico como un dinosaurio en un jardín inglés, luchando empecinadamente contra quien se atreva a cuestionar unos ideales desmentidos una y otra vez por la realpolitik. Stoppard no comparte ni de lejos la ideología del coriáceo profesor pero jamás le denigra. Es una bestia intolerante y feroz al que regala las mejores y más ácidas frases de la función, para desvelar poco a poco su coraje estoico y una sensibilidad oculta tras incontables capas protectoras. El centro emocional del primer acto es la apasionada discusión entre Max y su esposa Eleanor (la enorme Sinead Cusack), una poeta enferma de cáncer, que intenta hacerle ver, desde su lucidez terminal, que los misterios del mundo y las complejidades del alma escaparán siempre como peces vivos de las redes de la razón dialéctica. Tras la muerte de Eleanor y los años de prisión de Jan, que Stoppard nos escamotea para redoblar su intensidad dramática, el segundo acto contrasta, en paralelo, los hundimientos ideológicos y las resurrecciones espirituales. La perestroika y la "Revolución de terciopelo" reemplazan al comunismo soviético, y Jan regresa a su Inglaterra adoptiva que, tras la debacle del thatcherismo, se ha convertido en "una democracia obediente, como si hubieran echado algo en el agua". Descubrirá también que Max, en funciones de padre simbólico, viajó a Praga para mediar con sus amigos rusos y sacarle de la cárcel, y que el alma de Eleanor late de nuevo en su nieta Alice (Alice Eve) y trata de emerger en la Esmé adulta (a la que interpreta, de nuevo, Sinead Cusack), perdida y apática tras haber pasado por todas las comunas y los ismos de la década. Preludiando el retorno de Jan y el renacimiento de Esmé, el espíritu pánico acude a la llamada y pedalea por las calles de Cambridge: el viejo Syd Barrett sigue vivo, abatido pero no derrotado. Lástima que el último tercio escore peligrosamente hacia un sentimentalismo un tanto forzado (el dulzón reencuentro final durante el concierto de los Stones en Strahov) y una cierta sobredosis de tramas agolpadas durante la comida familiar, como si Stoppard quisiera diagnosticar en media hora todos los males de la Inglaterra actual, encarnados en el excesivo personaje de Candida (Louisa Bangay), portaestandarte esnob y tópica de la prensa sensacionalista. Quizá Rock 'N' Roll hubiera requerido un espacio -textual y escenográfico- similar al de su pieza anterior, la impresionante trilogía The Coast of Utopia, para desarrollar plenamente todo lo que pretende abarcar, pero su ambición y energía siguen siendo incuestionables: que levante la mano quien sea capaz de escribir (y estrenar) una obra como ésta en nuestro país. A destacar, igualmente, la espectacular banda sonora que enlaza y "comenta", muy brechtianamente, las escenas, con temas de Dylan, Velvet Underground, Grateful Dead, Beach Boys, Beatles, Guns 'N' Roses y, naturalmente, Pink Floyd (antes y después de Barrett).

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