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Reportaje:

Un directivo para echar a volar

Ford ficha a Alan Mulally, el ejecutivo que consiguió reflotar Boeing, que cobrará 16,2 millones de euros durante el primer año

Alan Mulally, flamante nuevo consejero delegado de Ford, conduce un Lexus LS430, un coche de lujo fabricado por la japonesa Toyota. Precisamente la casa que en julio pasado arrebató por primera vez en la historia a Ford el segundo lugar en el mercado automovilístico norteamericano (la primera sigue siendo General Motors). Un duro golpe para el titán de Detroit. Así que lo primero que tendrá que hacer el nuevo consejero delegado de Ford Motor es cambiar de coche. Éste será, en todo caso, el menor de sus problemas, porque el ex vicepresidente de Boeing tiene ante sí un difícil reto: recuperar la rentabilidad y competitividad de uno de los iconos de la industria de EE UU, que no termina de verse libre de la crisis que le acecha.

El descendiente de la dinastía encuentra en Mulally un ayudante de cámara clave
El nuevo consejero delegado dice que su meta es hacer los coches "que quiere la gente"

Para ficharle, Ford ha tenido que sacar la chequera. Mulally tendrá un sueldo anual fijo de dos millones de dólares. Pero a esta cantidad hay que añadir otros 7,5 millones de dólares (seis millones de euros), que cobrará sólo por el hecho de haber sido contratado por esta compañía, más otro tipo de compensaciones. En total, Mulally se embolsará 20,5 millones de dólares (casi 16,2 millones de euros) en los próximos 12 meses.

Mulally, de 61 años, está considerado como uno de los artífices del renacimiento de la división de aviones comerciales de Boeing, tras el azote de los ataques suicidas del 11-S y los escándalos internos. Este reconocido ejecutivo, mentor del avión de pasillo único B-787 Dreamliner -la apuesta de futuro de Boeing frente a los aviones de gran tamaño-, sale así de una crisis para meterse de lleno en otra. Como nuevo consejero delegado de Ford Motor, su misión será la de revivir una compañía con más de un siglo de historia, fundada por el bisabuelo de Bill Ford, de 49 años, su actual presidente.

El descendiente de la ya legendaria dinastía encuentra en Mulally un ayudante de cámara clave. La empresa es arriesgada. Ford apuesta por una persona ajena a la industria de la automoción para dar el golpe de timón en un momento crítico para el sector, algo que no se veía en Detroit desde la II Guerra Mundial.

Pero Mulally establece paralelismos entre la situación por la que atraviesa Ford y los problemas de competitividad que tuvo Boeing, cuando se puso al frente de su división de aviones comerciales en 1998. Hasta tal punto hay coincidencias que algunos de los métodos que adoptó Mulally para salir de la crisis en Boeing fueron tomados entonces, precisamente, del sector del automóvil.

El alto precio de la gasolina y el encarecimiento del precio de las letras del coche por la subida en los tipos de interés están orientando la atención de los clientes estadounidenses hacia coches más eficientes, como los que fabrica Toyota y otros rivales asiáticas. En el segmento de los utilitarios de lujo, son las marcas europeas las que se imponen en casa de los gigantes de Detroit. Y los primeros pasos dados por Ford para reflotar la empresa se están mostrando claramente insuficientes para hacer frente a esta situación, mientras que General Motors parece que se recupera poco a poco.

La dirección de Ford se ve forzada en este momento a pisar el acelerador en su plan de reestructuración, y con este objetivo tiene previsto presentar nuevas medidas draconianas para impulsar el proceso, tan pronto como la semana entrante. El plan original de Ford, anunciado a comienzos de año, preveía el cierre de 14 plantas de producción en Estados Unidos, Canadá y México, lo que se traducía en la rescisión de 30.000 contratos. A raíz del recorte de capacidad del 21% anunciado en agosto, los analistas calculan que a estos despidos se les podrían sumar la eliminación de otros 6.000 puestos de trabajo más.

Es la tercera vez en cinco años que Ford intenta revitalizarse. Y ahora todo el interés se centra en ver si este cambio de liderazgo será suficiente.

Bill Ford dijo días antes de desprenderse del casco de consejero delegado que la compañía debe dar un giro al modelo de negocio que ha seguido durante las últimas décadas, porque considera "no es suficiente para asegurar la rentabilidad" del grupo. Alan Mulally tendrá libertad y responsabilidad para dirigir la empresa desde ahora. Pero el heredero del imperio Ford deja claro que el legado de su familia no termina aquí y que pretende jugar un papel activo en la dirección de la compañía.

Los que conocen a Mulally dicen que su secreto está en que apoya su estrategia sobre un mensaje simple. En el caso de Boeing fue diseñar y desarrollar unos aviones que devolviera a los pasajeros la experiencia de volar. "Eso es lo que necesita ahora la industria del automóvil", indican desde Morgan Stanley y otros bancos de inversión. Sobre la base de esta lógica, el otro punto de atención de Alan Mulally estará en dar un enjuague a las marcas que se refugian bajo el paraguas de la matriz.

Ford Motor, especialmente las que atraviesan por mayores problemas, como Mercury, Jaguar y Aston Martin, y el rediseño de algunos de sus modelos, sobre todo los de mayor consumo, como los todoterreno.

Alan Mulally dice que su intención es fabricar los vehículos "que quiere la gente". Para conseguirlo, espera contar con el apoyo y la comprensión del sindicato United Auto Workers, porque dice que los problemas en Ford deben resolverlos juntos. Además, pretende conseguir la unidad que logró en Boeing. "Sé hasta dónde puede llegar el éxito cuando hay un plan de negocio, cuando todo el mundo conoce ese plan y sabe cómo estamos avanzando", explica.

El Consejo de Administración de Ford tiene previsto reunirse el 14 de septiembre para analizar los próximos pasos a seguir para recuperar la rentabilidad de la empresa en 2008.

Bill Ford (derecha) y Alan Mulally atienden a los periodistas en la sede de Ford en Dearborn (Michigan).
Bill Ford (derecha) y Alan Mulally atienden a los periodistas en la sede de Ford en Dearborn (Michigan).REUTERS

Una llamada de la Casa Blanca

El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, tenía previsto recibir a los responsables de los Tres Grandes de la industria del automóvil (Ford, General Motors y Chrysler) tras las elecciones legislativas de noviembre, pero el viernes pasado hizo una excepción. Tras conocer el fichaje de Alan Mulally, Bush llamó por teléfono a Bill Ford, ex consejero delegado y actual presidente.

"Son amigos y el presidente quería saber cómo estaba tras los cambios en su empresa",

indicó Dana Perino, portavoz adjunta de la Casa Blanca. "La reunión entre los Tres Grandes se celebrará después de las elecciones para evitar que se mezcle con la política", añadió. Sólo falta por ver quién acudirá a la cita, si el consejero delegado de Ford, como es habitual, o el amigo Bill Ford.

Mientras tanto, los demócratas han criticado el retraso de la reunión que desde principios de año estaba previsto que celebraran Bush y los responsables de las tres empresas para abordar la crisis del sector.

En sus convocatorias anteriores, los Tres Grandes se centraban en tres temas: energía y medio ambiente; costes sociales, y la competencia con las marcas asiáticas.

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