Una concentración "salvaje"
Nunca un equipo ganó un Mundial con tantas cosas en contra. La selección española de balonmano llegó al Mundial de Túnez 2005 con un seleccionador interino, Juan Carlos Pastor. Con una preparación unánimente descrita como corta. Con siete jugadores nuevos. Sin Masip ni Dujshebaev, los líderes de la generación anterior. Y aún así, sorpresón mayúsculo: campeones del mundo.
"El factor físico fue muy importante", recuerda Juan Carlos Pastor, que tras ganar el oro renovó su contrato como seleccionador hasta los Juegos de Pekín 2008. "Hicimos muchas rotaciones durante el campeonato y llegamos sin cansancio a la final. Nos vino muy bien: de la semifinal a la final no hubo ni 24 horas y recuperar a la gente de los golpes no es fácil. Si no lo haces, te pasa factura".
Nadie duda de que Pastor fue el culpable del éxito. No lo hacen los jugadores. Ni los directivos de la Federación. Tampoco los expertos. Pastor, un técnico joven (tenía 33 años), fue elegido para el puesto por su novedoso sistema, único en el balonmano. La idea: que todo, que todos, se adaptaran a él. Aunque hubiera que trabajar desde la salida del sol. "Fue una concentración intensa, una locura de trabajo y sacrificio, con palizones diarios", reconoce Félix Brocate, el delegado de la selección. "Era levantarse todos los días a las 8.30 para desayunar, entrenar, comer, entrenar, ver vídeos, cenar y a la cama", continúa. "Fue una concentración muy estricta, porque Pastor exigía trabajar e íbamos contrarreloj. En 15 días era imposible hacer lo que se hizo. Fue trabajar en plan salvaje. Después de entrenarse, los jugadores iban a tomarse una cerveza para no volverse locos, antes de la cena". ¿Cómo pudieron aguntar eso? "Los jugadores no tuvieron problemas porque estaban muertos. No tenían ganas ni de mirarse al espejo. Estaban destrozados".
"Hay que dedicarse al trabajo", argumenta Pastor. "Así logramos hacer un equipo. Aprovechábamos las jornadas de descanso, cada instante, para trabajar. No teníamos muchas horas para pensar". Pastor, además, no había llegado a un equipo cualquiera. Sus jugadores, gente con experiencia en Juegos Olímpicos, Europeos y Mundiales, tipos curtidos en la Liga más poderosa del mundo, la española, no responden al perfil del deportista profesional. En el balonmano no abunda el dinero. Hay que asegurarse el futuro. Y por eso en la selección hay un maestro -Chema Rodríguez-, economistas -Barrufet- y ¡hasta un doctor en Derecho Canónico! -Olalla-.
"En momentos difíciles ayuda tener jugadores con cultura general", dice Pastor; "pensar que hay otras cosas más allá del balonmano, lo que ayuda a valorar lo que estás haciendo. La preocupación de no tener asegurado el futuro te ayuda a madurar, a sacrificarte, y todo eso tiene su traslado en la pista. También ayuda a entender y asimilar las cosas, los análisis de los rivales. Cuando tenemos sesiones de vídeo están todos con cuadernos, tomando apuntes. Parece como si estuviéramos en clase".
Pastor, un hombre meticuloso, un revolucionario del vídeo y la preparación científica de los partidos, tenía claro qué quería hacer con la selección. Primero: "Ser entrenador y no alineador". Segundo: "Usar mi sistema. Buscamos no tanto destruir el ataque del contrario como anticiparnos. Atacar en defensa. La idea es crear dudas. Es un sistema de juego adaptable, con una base común que nos permite ir moviendo ficha en función de las situaciones y los problemas que plantea el contrario". Hoy todos los seleccionadores copian a Pastor. Y España ha ganado la plata en el Europeo.
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