La bifurcación
El arquitecto aterriza procedente de París donde ha ganado un concurso para construir un importante museo. Entra en el taxi, se derrama por el espacio disponible y canta, fuerte y claro, la calle y el número. El coche arranca, pero el taxista no aparta la mirada del espejo retrovisor:
"¡Hernán!".
"¡¡Raimón!!".
Su amistad se pierde en la penumbra de la infancia: mismo parvulario, iguales risas, misma escuela, igual veraneo, mismos amigos, iguales planes, mismos estudios...
Despiertan juntos al uso de la razón, descubren juntos el mundo y caminan juntos hasta los veinte años. Su amistad parece indestructible, y no precisamente por ser iguales sino quizá por lo contrario. Hernán es despreocupado y extrovertido, Raimón meticuloso y tímido. Hernán es imaginativo fantasioso, Raimón imaginativo realista. Hernán más bien habla, Raimón más bien escucha. Hernán goza el presente, Raimón goza el futuro. Hernán tiene novias pero no mal de amores. Raimon tiene mal de amores pero no novias. Ambos nacen en la segunda semana de julio de 1944, cuando sus madres llevan ya seis meses conversando sobre su primer parto. En la escuela, Hernán debe su prestigio a que es inseparable del brillante Raimón, y éste a que es inseparable del seductor Hernán. En la universidad, Raimón trabaja a fondo las asignaturas y cosecha sobresalientes en casi todo. Hernán las prepara sobre el trabajo previo de Raimón, pero, salvo algún tropiezo, avanza sin problemas. Las vidas de Hernán y Raimón empiezan a separarse en junio de 1964. Raimón adelanta sus vacaciones una semana. Durante el último examen lo ha pasado mal, se ha enganchado en un problema y ha tenido que resolver los otros dos nervioso y con mucha prisa. No ha estado a su nivel habitual, pero aún alberga esperanzas de aprobar. Curiosamente, ni siquiera comenta sus temores a Hernán. Necesita cambiar de aires con urgencia, así que se marcha confiando en que Hernán le llevará la buena nueva poco después. "Te espero en Ibiza". A Hernán le ha ido peor. Ya tiene dos asignaturas suspendidas y nulas esperanzas en la última. Se muere de ganas por matar el curso y seguir a su amigo del alma, pero acepta esperar a que las últimas calificaciones cuelguen del tablón.
Aún hoy se pregunta por lo ocurrido. Nunca ha dejado de darle vueltas al asunto
Cuatro días después, sin despertarse del todo de la siesta, Hernán oye a Raimón gritar desde la calle "¡Hernán, Hernán!". Hernán aparta la persiana y se asoma cegado por la luz de mediodía... "Hernán ¿he aprobado?". Hernán trata de ganar tiempo porque, al final, las listas se retrasaron veinticuatro horas y él no pudo resistir un día más en la ciudad. "¿Que si qué?". "Que si he aprobado hombre, como no me dices nada
...". La bola salta en la ruleta, par, impar, par, impar
... aprobado, suspenso, aprobado, suspenso... "¡Aprobado!". Su propia voz le sobresalta: "¡Aprobado claro, como siempre! ¿Nos vemos en la playa a las seis?". Raimón siente un gran alivio. Y se va calle abajo dando saltitos y pensando que ha aprobado por pura inercia, por puro prestigio ¡A disfrutar del verano! Pero en otoño no da crédito a las objeciones que le plantean en secretaría: "Usted no se puede matricular en tercero, suspendió en junio y ni siquiera se ha presentado en septiembre
...". Raimón se queda sin habla, mira a ninguna parte. En la cola se impacientan... Su bloqueo mental es irreversible. Nunca más pudo concentrarse en una sola línea de la maldita asignatura. Cuatro años después, mientras Hernán culmina su proyecto de fin de carrera, Raimón tira definitivamente la toalla. Aún hoy se pregunta por lo ocurrido. Nunca ha dejado de darle vueltas al asunto. El taxi no le va mal. Se ha especializado en carreras al aeropuerto. Desde que consiguió la licencia, se ha hecho con una clientela fiel que le adora por su seguridad, puntualidad, cultura, discreción y profesionalidad. Hace once años que no sabe nada de Hernán. Cualquier día nos encontramos. La historia nunca deja de acabarse.
Cuatro días después, sin despertarse del todo de la siesta, Hernán oye a Raimón gritar desde la calle "¡Hernán, Hernán!". Hernán aparta la persiana y se asoma cegado por la luz de mediodía
... "Hernán ¿he aprobado?" Hernán trata de ganar tiempo porque, al final, las listas se retrasaron veinticuatro horas y él no pudo resistir un día más en la ciudad. "¿Que si qué?". "Que si he aprobado hombre, como no me dices nada...". La bola salta en la ruleta, par, impar, par, impar... suspenso, aprobado, suspenso, aprobado... "¡Suspenso!". Su propia voz le sobresalta: "Lo siento Hernán, suspenso esta vez, pero estudiaremos juntos ¿vale?...
¿Nos vemos en la playa a las seis?". Raimón está furioso consigo mismo: no se puede vivir de prestigio. Ni de inercia. Y se va calle abajo con paso militar. ¡Fin del verano! Once años después, el estudio de arquitectura está consolidado. La simbiosis es perfecta: Raimón más bien tiene las ideas y Hernán más bien las vende. El futuro nunca deja de iniciarse.
Los arquitectos aterrizan procedentes de París donde han ganado un concurso para construir un importante museo. Entran en el taxi, se reparten el espacio disponible y cantan, al unísono, la calle y el número. Carcajadas por la coincidencia, incluidas las del joven taxista que se ríe por el espejo retrovisor.
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