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DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2006 | Undécima etapa
Columna
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Agua

Agua. Por fin, llegó el agua. Qué quieren que les diga. Normalmente, los ciclistas y el agua son enemigos irreconciliables. Agua de lluvia en la carretera, se entiende, que lo que es con la ducha no hay mayor problema, al menos por mi parte. Mancha, enfría, duele, molesta, te ciega y lo peor de todo es que convierte la carretera en una pista de patinaje. Pero yo, ayer, no pude por más que alegrarme cuando vi las nubes de tormenta camino de Burgos. A ver si nos cae toda encima, pensé, y, por una vez, la suerte estuvo de mi lado.

Es curioso esto de la Vuelta y los pueblos por los que pasa. A veces es hasta surrealista. Llevamos ya casi media Vuelta y todavía no habíamos olido la lluvia. Es que incluso durante la primera semana ni siquiera vimos una nube en el horizonte. Pues va y resulta que ayer da la casualidad de que, mientras pasábamos por un pueblo llamado Tubillos del Agua, justo allí, ni antes ni después, nos cayó encima la primera tormenta de toda la Vuelta. Cierto es que aquélla fue para avisar, porque la buena vino más tarde, pero las primeras gotas fueron allí mismo, de eso doy fe. Me recordó a lo que pasó el año pasado en la etapa del Santuario de la Bien Aparecida, en Cantabria. Fue un final loco e irónico hasta rozar lo ridículo. El que ahora es mi compañero Ardila respondió al ataque de Pereiro en la recta de llegada. Le consiguió sobrepasar con fuerza y levantó los brazos en señal de victoria en lo que ambos creían que era la pancarta de la meta. Samuel Sánchez, derrotado, iba camino de hacer un enésimo tercer puesto cuando vio la extraña maniobra de sus compañeros de fuga y advirtió el error: habían sprintado en la pancarta que no era, la meta estaba unos metros más adelante. Reaccionó rápidamente y sprintó con toda la fuerza que le quedaba para llevarse la etapa ante el pasmo y la sorpresa de los otros dos -y de todos los espectadores-. Por algo era que estaban en la Bien Aparecida. Aunque sólo hubo un testigo de la buena aparición, y ése fue Samuel.

Después de la digresión, vuelvo al agua. Agradecí la tormenta por una causa muy sencilla. Llevaba mojado casi desde el principio de la etapa, y no era precisamente por la lluvia. Hacía tanto calor y tanta humedad que las subidas al puerto de la Braguía y al del Escudo se convirtieron en una especie de baño turco multitudinario. Sudaban brazos, piernas, el pecho, la cabeza y hasta parecía salir sudor de las orejas, no exagero. Y no era yo sólo, sino todos. Yo llevaba hasta los pies empapados del sudor que iban recogiendo los calcetines. Por eso que agradecí la lluvia, porque mojado ya estaba y no me importaba mojarme más, pero al menos estaría fresquito. Así que respiré aliviado cuando vi que, por fin, llegó el agua.

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