Identificación
El impacto que ha causado el éxito de la selección española puede resultar hasta cierto punto sorprendente si se atiende a la poca repercusión que tiene la Liga ACB o incluso la Euroliga en el día a día deportivo. No es fácil reconocer a los distintos equipos porque cambian constantemente de jugadores, ni seguir la competición por la disparidad de los horarios, ni tampoco atender a una fase regular cuando se sabe que el título se decidirá en los play-off. El interés es mayormente local y está relacionado con la proximidad y afectividad con los clubes, más que con el juego, sobre todo porque el duelo Barça-Madrid, que se utiliza para explicar la mayoría de los contenciosos de la vida, no sirve actualmente para entender cómo funciona el baloncesto. El campeón de la Liga es el Unicaja de Málaga mientras la Copa la ganó el Tau de Vitoria, dos entidades muy competitivas y de un fuerte poder adquisitivo frente a instituciones emblemáticas, por su romanticismo y capacidad de formación, como son la Penya o Estudiantes.
Nadie ha dicho que la competición española sea la mejor y de sobra es conocido que hay varios clubes en Rusia, Grecia y hasta en Italia que pagan mucho más a los jugadores. Así que el baloncesto ha venido funcionando con una cierta rutina provocada por el despecho de la dictadura del fútbol y también por su propio ensimismamiento o dificultad para hacerse entender en un mundo globalizado y necesitado de grandes emociones, que, generalmente, se producen en las competiciones de ida y vuelta, sin retorno, como un Mundial.
Llegado al mejor escaparate, el baloncesto español ha triunfado de manera espectacular por más que haya quedado pendiente un duelo con Estados Unidos. El equipo se ha ganado la admiración del aficionado por su juego y también por los valores que ha transmitido. El liderazgo de Pau Gasol es tan reconocido que incluso ha sido elegido el mejor jugador del torneo sin necesidad de disputar la final; el compromiso y la complicidad de los internacionales con el juego es inequívoco, al punto de que asuntos personales tan serios como la muerte del padre del seleccionador no son comunicados hasta después del partido; la dirección técnica es colegiada y discreta, alejada de cualquier ego, siempre respetuosa con el colectivo, y al grupo le distingue un carácter ganador indiscutible desde que ganó el Mundial júnior de 1999.
La mayoría de las sensaciones que ha transmitido la selección han sido tan positivas que el hincha se ha implicado con el espíritu del equipo. A su alrededor ha reunido a cuantos menospreciaban el baloncesto, a los escépticos y también a los entendidos, que los hay de todas las edades. Hoy día se cuentan muchos adolescentes que se levantan conectados al ordenador para conocer los resultados de la NBA de la misma manera que en los colegios se practica la bomba Navarro.
La competitividad extrema y también el gusto por el juego y la determinación con la que han procedido los técnicos y jugadores en la pista han agrandado su triunfo y ascendente sobre la gente. A diferencia del fútbol, la selección de baloncesto ha funcionado como elemento de identificación, circunstancia que curiosamente se repite en la mayoría de los deportes considerados minoritarios y también campeones, que participan de un manual parecido. Tener a los mejores clubes no significa contar con la mejor de las selecciones ni presumir de una selección campeona supone disponer de los equipos más titulados. Otra cosa muy diferente es la instrumentalización ideológica que los nacionalismos extremos hacen de los éxitos deportivos y que a menudo lleva a la desnaturalización del propio triunfo. La ideología de la selección de baloncesto es el compromiso con una manera determinada de entender el juego que es válida en todo el mundo.
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