El día de los patrones
Triunfo de Di Luca en La Covatilla, donde Valverde y Sastre muestran su talla
A la Vuelta, tan triste, tan sola, llegó la montaña, y con ella, los patrones, con lo cual la carrera se animó de lo lindo. Patrones de todo tipo. Por todas partes. Patrones en los coches, patrones en bicicleta. En el coche naranja del director del Euskaltel-Euskadi, José Antonio Ardanza, ex lehendakari y patrón de la telefónica vasca; en el coche negro del Caisse d'Épargne-Illes Balears, Rosa Puig, consejera del Govern balear; en una Pinarello blanca, vestido de blanco, dientes blancos, casco blanco, peluco Polar amarillo, Alejandro Valverde, patrón del ciclismo mundial; en una Cervélo rojinegra, pelo negro, ojeras negras, Carlos Sastre, patrón de los que tienen fe. Los dos, en teoría, son los grandes favoritos españoles para la victoria final. Los patrones de la carrera. A su alrededor, de todo un poco: gente que se borra de la lista -Pereiro, Menchov, Vinokúrov, Mayo-, gente nueva que se apunta -el extraordinario Brajkovic, piernas finísimas en espigado cuerpo de 22 años, el sólido Kashechkin, el esforzado Pimiento Marchante-, oportunistas y sacrificados. Pero tampoco se fíen de esto: el día de La Covatilla, el día de cuatro puertarracos, el primer día duro, fue el día de los patrones y también el de las apariencias, los espejismos: poco tiempo entre todos, muchas interpretaciones.
Los hubo que se borraron de la lista, como Menchov, Mayo Vinokúrov y Pereiro
Los patrones, los unos y los otros, influyen en los comportamientos. Y de qué manera. 'Muchachos, mañana llega el patrón', dicen los directores al terminar la cena a sus chavales. No necesitan decir más. Al día siguiente toca exhibición. Que salga o no salga, ya es otro cantar. Al Euskaltel de Ardanza, el equipo de Iban Mayo, el escalador que asustaba mediado agosto, el gran favorito de tantos, le salió a medias: Iñigo Landaluze fue uno de los últimos en caer de la fuga matinal, bien; Mayo mostró carácter, fuerza y compromiso para no abdicar, para resistir, para no levantar el pie cuando lo más duro de La Covatilla -nueve kilómetros descarnados, abrasados, azotados por el viento- comenzó a atragantársele. Al Balears de Puig, el equipo de la parejita, de Pereiro y Valverde, también la exhibición le triunfó a medias. Espléndido desarrollo táctico -a medias con el CSC de Sastre llevaron los de Unzue la carrera por donde les convenía-, magra recompensa final: dos en la fuga, agua; Pereiro, chapuzón -como se esperaba, el parón post Tour, homenajes, reportajes, entrevistas de agosto, no fue la mejor forma de preparar la Vuelta-; Valverde, bien. Ansioso, fogoso, pero bien. Aunque quizás...
"Que se vaya acostumbrando Valverde, ser patrón tiene estos inconvenientes", decía Johan Bruyneel, quizás el director más feliz en la meta, junto al de Di Luca, el hombre del mazazo, por la sorprendente actuación de Brajkovic, sobre todo. "Todos se van a esconder a su rueda toda la Vuelta".
Después del trabajo de su equipo -de Horrach, Arroyo, Purito y Lastras, sobre todo-, después de los arreones de Iñigo Cuesta por cuenta de Sastre, llegadas las rampas más duras de La Covatilla, el pelotón de la Vuelta 2006 quedó bastante retratado, que es de lo que se trata siempre los primeros días de montaña. Un acelerón de Valverde, otro de Di Luca, un ataque de Pimiento, y más precisión aún. Por delante el grupo bueno, con Di Luca, Valverde, Sastre, Brajkovic, Kashechkin. Por detrás, los aspirantes, salvando la ropa, aguantando el envite. Quedaban cinco kilómetros para el final. Quedaba el asalto a la victoria de etapa. "Y en esos momentos, quizás Valverde gastó más de lo que debía", concedió Unzue, su director. "Quizás debería haberse escondido un poco más". Porque cuando se apartaron los últimos gregarios -y Valverde tenía al suyo, a Arroyo, fugado por delante-, todos miraron al murciano, y detrás de él se ubicaron. "Y yo", cuenta Valverde; "no es que tirara porque quería ganar la etapa, sino porque había gente que se estaba quedando y no quería que aquello se parara". Así que tanto tiró el sonriente murciano que cuando Di Luca soltó su estacazo final -"un mazazo que me dejó temblando y mirando para otro lado", dijo Arroyo-, sólo le pudo seguir el terrible Brajkovic, el esloveno campeón mundial sub 23 en 2004, la niña de los ojos de Bruyneel. Valverde y Sastre se intentaron reponer. Y Kashechkin tras ellos. Y Di Luca, el único de ellos que piensa sólo en ganar etapas, la ganó, por supuesto.
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