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Mundial de baloncesto 2006
Columna
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Todo un equipazo

No hay que darle más vueltas ni tener miedo a proclamarlo a los cuatro vientos. España tiene un equipazo en todo y por todo, y cuenta con lo necesario para ser campeón del mundo. Hasta el punto de que está consiguiendo convertir en guiñapos al que se le pone por delante en su camino hacia lo más alto del podio. Viendo la magnitud de las exhibiciones, lo escandaloso de las diferencias, la sensación de tremenda superioridad que trasmite, se podría pensar que sus adversarios son lo que parecen, muy malos. No es cierto.

Lo que pasa es que el rodillo que les aplica España les deja planchados, desarmados, hundidos moralmente e incapaces de parecerse ni de lejos a sus buenas versiones. Ha ocurrido desde que esta maravilla de maquinaria se puso en marcha con el primero de los partidos de preparación. China, Angola, Serbia, Polonia, Argentina, Eslovenia, Nueva Zelanda, Panamá, Alemania, Angola, Japón y Lituania no han sido capaces de casi nada. Equipos buenos, regulares y malos. Campeones del mundo, olímpicos y equipos del montón. Da igual. Ninguno ha podido aguantar la presión defensiva, parar las rápidas transiciones y mucho menos soportar el ritmo anotador del equipo español.

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Tampoco han encontrado el antídoto, si es que existe, para que Pau Gasol no domine los partidos de cabo a rabo, en su canasta y en la contraria, como volvió a hacer ayer. O para que Navarro no les haga un roto con su imaginativo dinamismo y Calderón resulte inaccesible con su velocidad, inteligencia y ambición. No resulta extraño, pues, que el camino hacia las medallas haya sido tan plácido que haya que remontarse a los mejores equipos que han plantado en estas competiciones los norteamericanos para encontrar un caso de tamaña superioridad.

La culpa de España es doble. Por hacerlo tan bien y por conseguir que los adversarios lo hagan tan mal. A veces se gana siendo el menos malo. El equipo español nunca ha utilizado esta vía para lograr sus dieciséis victorias consecutivas. Ha sido mejor, muchísimo mejor que cualquiera. Y encima lo hace bonito.

En estas circunstancias, no sólo es lícito sino que está recomendado soñar. Será difícil vernos en otra como ésta, con un colectivo que funciona como un reloj, con una plantilla en la que los doce jugadores aportan, tienen sus momentos de gloria y se sienten partícipes de un equipo que merece todo lo que le está pasando. Porque su empeño ante la adversidad de los dos últimos grandes torneos, el Mundial de Indianápolis y los Juegos de Atenas, unido al compromiso colectivo que han adquirido para llevar al equipo español a cotas no antes alcanzadas justifican un gran éxito, del que ya están a las puertas.

Con su victoria ante Lituania, España asegura el menos repetir el cuarto puesto conseguido en Cali, Colombia, hace 24 años. Con aquel éxito, cimentado con una victoria ante Estados Unidos, el baloncesto español inició un trienio mágico, con dos subcampeonatos, de Europa y olímpico, en los dos siguientes años.

Muchas cosas entroncan aquel equipo con el actual. Su placer por el juego, los años de convivencia a partir de conocerse a edad temprana, la alegría de juntarse para jugar y divertirse, las bromas constantes y hasta las partidas de cartas como elemento integrador. Pero en este momento feliz habría que reflexionar el por qué ha pasado tanto tiempo para que se repitiese este logro, por qué muchos jugadores jóvenes que surgieron no alcanzaron notoriedad internacional a pesar de triunfar en las categorías inferiores, cuál ha sido la razón de que el baloncesto, gracias a aquellos triunfos de hace más de dos décadas, se colocase como segundo deporte en popularidad y aceptación y ahora navegue un poco a la deriva, con el gran público únicamente interesado en lo que hace la selección. Aunque, pensándolo bien, esto estropearía un día de alegría y esperanza. Será que hoy no toca.

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