¿Modelos?
"Las mujeres no controlan su cuerpo; lo hace la naturaleza", escribió Camille Paglia. Viendo el estreno de Supermodelo 2006 (Cuatro), parece que la naturaleza no basta y conviene un adiestramiento digno de un campamento de reclutas, con las mismas jerarquías, estrés competitivo y humillaciones. Se trata de buscar una supermodelo entre 20 candidatas, con los llantos propios de la selección de personal. La presentadora, Judit Mascó, se esfuerza por humanizar la cosa, pero no cuela. Por más que repita que las medidas no son importantes, las chicas son cruelmente medidas y descubren que engañaron a la organización y a sí mismas. La primera media hora fue triste. Mascó acusó el desconcierto del estreno atascándose en las transiciones, capeando el calor del plató y sintiendo cómo la tensión le endurecía las facciones. Esto impidió que el programa se animara, y ni las reflexiones de Paola Dominguín ni la imprevisibilidad de Antonia dell'Atte lograron alegrarlo. En su primera clase de pasarela, las chicas fueron sometidas a la instrucción de una especie de sargento de hierro, Valerio (el villano del concurso), que abundó en la retórica de la severidad castrense (el fotógrafo también emuló a la profesora de Fama: hay que sufrir). A medida que pasaban los minutos, ni las pruebas ni los invitados vertebraban un formato lento, soso, que sólo se vivificó un poco en el desfile final y con las nominaciones. "Estás salvada", les dicen a las que se quedan, cuando puede que las que se salven son las expulsadas. Vídeos sobre la convivencia y los progresos del aprendizaje, confesiones de concursantes cuyos padres no sabían a lo que iban y que, como mandan los cánones, lloran en directo. Parece mentira que unas chicas jóvenes y guapas lloren tanto y se comprende la sorpresa de una madre que, por teléfono, le dijo a su hija: "¿Por qué lloras?". Si tuviéramos corazón, nosotros también lloraríamos, pero hace tiempo que lo perdimos y eso nos permite entretenernos con la angustia de estas modelos tan relativamente modélicas.
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