El yudo como terapia
Un proyecto pedagógico utiliza esta técnica marcial para tratar a niños con déficit de atención e hiperactividad
Impulsividad, falta de atención, movimientos excesivos y continuos o bajo control de los impulsos. Estos rasgos que se traducen en niños ruidosos, inquietos, incapaces de concentrarse en cualquier actividad de atender o de mantener mínimas reglas de comportamiento, suelen ser señales inequívocas de que un chaval padece un Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). La tasa de afectados oscila entre el 5% y el 8% según los estudios, lo que indica que en cada clase hay un mínimo de un afectado por esta patología de raíces biológicas que afecta más a los niños que a las niñas.
No siempre es fácil de detectar porque no siempre se presenta bajo la misma cara. Hay aspectos comunes, como el déficit de atención: chavales que se aburren que se distraen con cualquier cosa, a quienes les cuesta seguir instrucciones o hacer actividades que requieren un esfuerzo mental sostenido. A ello suele ir aparejado la impulsividad, caracterizada por la imposibilidad de controlarse, de responder sin pensar o de calcular las consecuencias de sus actos salvo cuando es demasiado tarde. Además, en ocasiones, algunos de los niños afectados presentan también hiperactividad.
El resultado de todo ello suele ser chavales con tendencia al fracaso escolar, a los que se tiene por maleducados y que agotan hasta el extremo a sus padres. Se trata de niños con problemas de relación con sus compañeros -pierden la paciencia, no son responsables, son inconstantes- que son excluidos del grupo y que evitan los padres del resto de niños, por lo que tienen una baja autoestima.
"Son chavales a los que se categoriza como tontos y malos" comenta el psicólogo Iván Salazar, que ha realizado una terapia experimental basada en clases de yudo diseñada específicamente para estos alumnos tan particulares "a los que la sociedad margina por presentar conductas no normalizadas".
Salazar habla desde la doble perspectiva del psicólogo y de maestro nacional de este arte marcial. "Se pensó instintivamente que el yudo sería bueno para tratar a estos niños", comenta, "y se elaboró un proyecto para contemplar de forma científica si funcionaba". Para ello, se trataron a niños de entre cinco y nueve años durante tres meses en un recinto cedido por el Colegio Dominicos de Valencia en un programa en el que también ha colaborado como monitora Nuria Chocano y ha supervisado la catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación Ana Miranda.
"Nos planteamos tres objetivos: el control de la impulsividad, mejorar la concentración y focalización de la atención, y el autocontrol", relata Salazar. "Se trata de cubrir la necesidad de movimiento que tienen y motivarles para hacer todo con mucha intensidad". "El factor motivacional es su problema", comenta, "si se distraen es por que no están suficientemente motivados", para lo que se desarrollaron ejercicios de mucha intensidad y muy rápidos.
El resultado después de tres meses ha mostrado que estos chavales, con un contendido pedagógico adaptado a sus necesidades, pueden cubrir el mismo contenido que los chavales normales. Pero no sólo eso, sino que elevaron su autoestima al sentirse capaces de realizar esta actividad con buenos resultados, de forma que programas de este tipo puede ser un instrumento muy válido para combatir "la necesidad que tienen de sentir que no son tan malos" como les pintan y sentirse más integrados.
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