Modernos
El PP buscaba esa zona del campo de batalla verbal donde resulta imposible el cultivo del matiz
En medio del conflicto entre Israel y Líbano, salió el PP y decretó que cualquier crítica a la actuación de Israel sería catalogada de antisemita. No bastaba, pues, para quedar libre de sospechas, con jurar ante la Biblia que se deseaba la desaparición de Hezbolá. Quedaban prohibidos por tanto eufemismos tales "respuesta excesiva" o "réplica desproporcionada", y se perseguiría sin tregua a quienes calificasen los crímenes de Israel de crímenes de Israel, las violaciones de Israel de de violaciones de Israel y las masacres de civiles de Israel de masacres de civiles de Israel. El PP buscaba de nuevo esa zona del campo de batalla verbal donde resulta imposible el cultivo de la complejidad, del matiz, de la coloración, donde resulta imposible, en suma, el pensamiento. Lo había ensayado en España durante sus años de gobierno con excelentes resultados. O estás conmigo o estás contra mí. Todo lo demás era pura equidistancia terrorista.
Así que Gustavo de Arístegui llegó con su seriedad de cartón piedra al Congreso y acusó al PSOE de antisemita, con un par. ¿Qué es eso, dijo, de criticar a Israel? ¿No se dan cuenta de que la obligación de un Estado moderno es colocar los pies sobre la misma mesa de café que los EE UU? Mientras Arístegui hablaba, nos acordábamos de la invasión de Irak, llevada a cabo por los imperativos de la misma modernidad a la que ahora se refería el popular. Nos preguntábamos si mientras decía estas simplezas se acordaba del día en el que él mismo había levantado la mano en el Congreso para votar a favor de aquella guerra de vanguardia; si aún sonaban en sus oídos las palmadas de autosatisfacción que se daban entre sí al abandonar el hemiciclo tras la sesión parlamentaria; si llevaba la cuenta de los civiles muertos, mutilados, torturados, violados en nombre de la modernidad; si recordaba que tras la constatación de que las armas de destrucción masiva habían sido un engaño, él mismo arguyó que no importaba porque el mundo, tras la caída, de Sadam, era más seguro; si conservaba en la cabeza la afirmación de que la llegada de la pax bushiana (y aznariana) a Irak provocaría un efecto dominó en la zona, influyendo en la pacificación de los conflictos colindantes.
Quizá no, porque hablaba como si todas sus previsiones se hubieran cumplido. Por si fuera poco, Rajoy acudió en su ayuda calificando de paletos y antiguos a los que se manifestaban en contra de que se bombardearan instalaciones civiles, infraestructuras básicas para la población, barrios humildes de entre cuyos escombros salían luego cadáveres de niños. Cuando alguien dijo lo evidente: que el objetivo de las bombas era la población civil, se alzaron voces indignadas asegurando que si el objetivo fuera tal, Israel no los mataría por cientos, sino por miles, que era como decir que si Bush hubiera querido mentir en lo de Irak, no nos habría metido una trola sino mil.
De entre las fotos disponibles elegimos esta porque nos pareció la menos demagógica (nada de niñas muertas). También porque señalaba mejor que ninguna la dificultad moral del fotógrafo para elegir el emplazamiento de cámara. ¿Desde dónde mirar un desastre de esta naturaleza? Para el PP no había duda: desde la modernidad. Viva todo.
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