La autoridad de las autoridades sanitarias
Hubo un tiempo en el que a nadie le importaba si una bebida era buena o mala para la salud. Los que la bebían y los que la servían respetaban el acuerdo tácito de no mentar la bicha. Puede que sospecharan que beber entre comidas no era demasiado saludable pero nadie confesó lo que una vez dijo el actor W. C. Fields: "He bebido a la salud de tanta gente que he perdido la mía". Hubo periodos de crisis en los que, en nombre de la salud, las autoridades prohibieron el alcohol (no los vinos de misa, con la Iglesia hemos topado). La historia es demoledora respecto a las consecuencias de las prohibiciones: se bebió peor y se popularizó la petaca.
Hoy son demasiados los países que, por criterios religiosos, convierten en pecado lo que es ritual para otros credos. Incluso en Springfield, la atómica ciudad en la que la familia de Los Simpson lleva años viviendo, al alcalde se le ocurrió decretar la ley seca. Eso provocó el entusiasmo de Homer por los destilados caseros, clandestinos y, a ser posible, inflamables. De aquellas prohibiciones nos ha quedado un sentimiento de culpa que lleva adosado una molesta moralina. Se trata de encontrar alguna virtud científicamente argumentada que demuestre que determinado brebaje no es tan malo como indican las reacciones que provoca en quienes lo toman sin moderación.
Para combatir la mala conciencia, el bebedor sucumbe a esta mercadotecnia y en lugar de elogiar su beneficio espiritual, se inventa efectos benignos. Al whisky, por ejemplo, se le atribuyen virtudes cardiovasculares y diuréticas más que sospechosas. No sé ustedes, pero si mi hijo tuviera un problema de riñón o de corazón, no me fiaría de un pediatra que le recetara una toma de JB cada ocho horas. Sería bueno, pues, respetar el bando al que uno pertenece. Al que le gustan las bebidas alcohólicas no deberían interesarle sus secuelas benignas. Y al que milita en el bando del prozumismo, también pueden cargarle la propaganda medicinal. Existe, como ocurre con las bebidas alcohólicas, una abundante bibliografía al respecto. En el libro Zumos que curan, Sarah Williams afirma: "Los zumos de fruta son una fuente de energía por los azúcares fácilmente asimilables que aportan al organismo, sobre todo la glucosa, que el hígado transforma en glucógeno y almacena para utilizarlo a medida que se requiera y también la fructosa (otro azúcar fácilmente asimilable), por lo que son la mejor bebida para restaurar las fuerzas tras el trabajo o el deporte". La exposición es impecable, pero ofenderá a determinado tipo de bebedor, ya que da a entender que se bebe para reponer fuerzas cuando algunos llevan toda una vida demostrando que el deporte y el trabajo consiste precisamente en beber hasta perderlas.
CÓCTEL: Morfeo
2/4 de vodka, 1/4 de zumo de limón, 1/4 de infusión de hojas de laurel y azúcar. En un vaso mezclador, preparar el zumo y el vodka, removerlo y servir en taza caliente, con la infusión recién hecha. Eiriba! (¡Salud! en griego).
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