"Soy Natascha, nacida en 1988"
Una adolescente secuestrada en Austria escapa de su captor tras permanecer recluida ocho años en un escondrijo de 1,60 metros de altura
Uno de los casos de secuestro más espectaculares de la historia de Austria se resolvió el miércoles con la huida de Natascha Kampusch, de 18 años, del zulo subterráneo de 12 metros cuadrados y 1,60 de altura donde vivió durante los últimos ocho años. Los austriacos no podían creer ayer el desenlace de un caso de secuestro infantil que ya casi habían olvidado. Uno como tantos otros que terminan con el hallazgo de un cadáver en un bosque. Pero el caso de Natascha Kampusch terminó con el suicidio de su secuestrador, que se tiró delante de un tren de cercanías cuando descubrió que, por olvidar cerrar con llave la puerta, Natascha se había escapado. Después de tanto tiempo, el raptor, un hombre solitario y retraído, había bajado la guardia.
Con un sencillo vestido naranja, muy pálida y delgada y con el cuerpo lleno de manchas o moratones, Natascha salió al mediodía del miércoles del escondite donde vivió ocho años y pidió ayuda a los vecinos. Cuando estuvo ante la policía, se presentó diciendo: "Soy Natascha Kampusch, nacida el 17 de febrero de 1988". La peor pesadilla de su vida comenzó la mañana del lunes 2 de marzo de 1998, cuando se dirigía al colegio a la edad de 10 años. Una compañera del colegio vio cómo subía a un coche blanco, después de lo cual no se supo más de ella. El secuestrador, Wolfgang Priklopil, ingeniero electrónico de 44 años, fue uno de los más de mil interrogados pocas semanas después de la desaparición de Natascha por poseer un vehículo blanco como el descrito por la testigo. Pero al no detectar nada raro en su declaración, la policía no registró su casa.
Si lo hubiese hecho habría encontrado, en la calle de Heine número 60 de Strasshof, la localidad de 9.000 habitantes cercana a Viena donde vivía en una casa unifamiliar amarilla normal y corriente, pero con puerta de hierro y cámaras de vigilancia, una medida de seguridad desproporcionada en ese lugar. Los vecinos llamaban a la casa Fort Knox, en referencia a la fortaleza donde Estados Unidos guarda sus reservas de oro. En el garaje hubiesen encontrado una estrecha y empinada escalera que conduce a una puerta de 50 por 50 centímetros, propia de una cámara acorazada, que impedía que los gritos de Natascha se oyeran en el exterior. Las paredes también estaban insonorizadas.
En la habitación subterránea de Natascha había baño y ducha, cama, estanterías, televisión, juguetes, libros y vídeos. Una habitación infantil relativamente normal, algo desordenada, pero sin ventanas. Al parecer el secuestrador le permitía leer los periódicos y escuchar la radio, y le daba clases. Al comienzo la obligaba a llamarle "amo", pero más tarde la relación entre ellos se suavizó. Hoy Natascha padece el síndrome de Estocolmo, una identificación con el secuestrador muy común en estos casos. Aún se investiga si Priklopil, que últimamente estaba desempleado y no tenía antecedentes penales, abusó sexualmente de ella. También se desconoce el móvil del secuestro o si Priklopil tenía cómplices.
Natascha no estuvo siempre encerrada estos ocho años. Los primeros años Priklopil fue muy estricto. No la dejaba salir ni para tomar el aire. Más tarde, le permitía salir al exterior de vez en cuando, la llevaba en coche de compras, incluso la llevó de vacaciones con él, según aseguraba ayer el canal alemán de noticias N-TV. Los vecinos se preguntaban qué hacía ese hombre con una novia tan joven, pero nunca sospecharon nada malo y nadie la reconoció. En sus salidas de la casa iba tan atemorizada que no se separaba de él y nunca se atrevió a salir corriendo o pedir ayuda.
Una vez consiguió escapar a su control brevemente, pero él volvió a cogerla. En los últimos meses se volvió más agresivo, declaró ayer Nikolaus Koch, jefe de la investigación. En la casa, las medidas de seguridad eran extremas. Priklopil le había dicho a Natascha que si alguien se atrevía a entrar quedaría "frito" en el acto por las minas que había sembrado.
"Yo la hubiese reconocido con seguridad", dijo el padre de la niña, Ludwig Koch. El miércoles la identificó entre lágrimas, no sólo por su cara, sino por una vieja cicatriz. El pasaporte de Natascha fue encontrado en el zulo. Lo llevaba aún en la cartera del colegio después de uno de los frecuentes viajes a Hungría que solía hacer con su padre. Una prueba de ADN se encargará de zanjar la cuestión de su identidad oficialmente. "Es mi hija al cien por cien. Para mi fue muy normal, como si nunca hubiese desaparecido", declaró el padre. Koch, que asegura no haber perdido nunca la esperanza, vio a su hija pálida y desnutrida, pero en buenas condiciones.
Natascha se encontraba ayer "muy tranquila", alojada en un hotel con una psicóloga y una agente de policía, al resguardo de las cámaras. Tampoco pudieron retratarla el miércoles, cuando la policía la cubrió con una manta azul. A pesar del cautiverio, se expresa con facilidad y tiene un dilatado vocabulario, declaró sorprendido el agente que la interrogó. Cuando le dijeron que Priklopil estaba muerto, Natascha reaccionó con entereza, teniendo en cuenta que durante años fue su única persona de referencia. Pero al parecer ya se lo esperaba. Él le había dicho: "Vivo no me van a pillar".
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