El triunfo de lo colectivo
En esta primera fase tan larga para algunos equipos como España, a la que le ha servido de bien poco, se ha vuelto a demostrar el valor del colectivo. En un baloncesto muy atomizado, con los jugadores repartidos por muchos países y una NBA cada vez más internacionalizada, el trabajo de formación de una plantilla compensada, su preparación y, sobre todo, la mentalidad con la que se presentan en una competición tan larga como un Mundial está justificando y explicando, por encima de otras consideraciones, lo que ha ocurrido hasta el momento. Ya no es cuestión de quién tiene los mejores jugadores, sino de cómo son capaces de extraer beneficios de su talento individual sin dejar de jugar colectivamente. Aquéllos que lo consiguen, España, Grecia, Italia, Turquía o Argentina, no han pasado más apuros de los justos y algunos, como los griegos o los turcos, encuadrados en un grupo muy complicado por su igualdad, menos de los previstos.
Aquel que no controla el afán individualista de sus jugadores acaba pagándolo
En un mundo que gusta en exceso de exaltaciones individuales y en el que la mayoría de las crónicas comienzan con el nombre del jugador que ha metido más puntos, aquél que no controla el afán individualista de sus jugadores acaba pagándolo. Puerto Rico, el gran fracaso de esta primera fase, es el mejor ejemplo de lo dañino de esta situación. De la mano de Carlos Arroyo, tan buen jugador él solo como nocivo para cualquier equipo que dirija, más que conjunto ha sido un poco banda. No ha llegado a lo de Panamá, de auténtico sonrojo no por las derrotas, sino por su impresentable actitud, pero su incapacidad para trabajar unos con otros y unos para otros saltaba a la vista. Su fracaso es una buena noticia. No es nada personal, pero éste es un deporte de grupo y es bueno que lo ganen equipos, no doce jugadores a los que lo único que les une es que se ponen la misma camiseta.
Estados Unidos lo intenta, pero le cuesta. Por cultura y por costumbre. Y mira que los éxitos de Detroit y San Antonio les tendrían que hacer reflexionar. Por ahí se despeñaron en Indianápolis y Atenas y, aunque esta vez parecen más mentalizados, a los primeros problemas ante Italia les salió la vena de yo contra el mundo. Claro que cuando un Anthony, Wade o James se ponen no es lo mismo que cuando lo hacen otros. Sus dificultades se acrecentarán a medida que los rivales sean más poderosos y les hayan podido estudiar mejor.
No es de extrañar que Europa haya colocado sus ocho representantes entre los últimos dieciséis. España, Grecia, Lituania, Turquía, Eslovenia, Lituania, Italia y Alemania, cada uno con su estilo, al menos intentan llevar a cabo una idea global. Incluso en alguno en el que sobresalen grandes estrellas, como el germano con Dirk Nowitzki, éstos no abusan de su condición. Eso sí, cuando hay que dar el callo, son los primeros. El extraordinario jugador de Dallas Mavericks realizó ayer una auténtica hazaña. Sus números, asombrosos: 45 puntos, ¡17 de 17 en tiros libres!, 16 rebotes y cuatro asistencias. Su influencia en una victoria polémica, total. Fue un triunfo con trampa. El sistema de competición y los famosos cruces posibilitan que ganar no sea una buena opción. Para Alemania, subcampeona de Europa y legítima aspirante a buscar un sitio en las semifinales, su trabajado éxito de ayer -tres prorrogas, la primera vez en la historia de los Mundiales- tiene como recompensa alejarla casi definitivamente de la lucha por los metales. La razón, obvia. Perdiendo, tenía a Francia y al vencedor del Grecia-Eslovenia en el camino. Difícil, pero accesible. Ahora le espera Nigeria, un bombón, pero en los cuartos se las verá con Estados Unidos. No es de extrañar que, nada más terminar el partido, la prensa alemana preguntase con insistencia el porqué de tanto empeño en llevarse el encuentro. Y es que a veces hay que perder alguna batalla para ganar la guerra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.