El dulce buqué de Carole Bouquet
A principios de junio, Christopher Miles, destronado aunque victorioso ex director del Instituto Francés de Barcelona, tuvo el acierto de invitar a la actriz Carole Bouquet. El homenaje consistía en programar varias películas en el Instituto y, en una de las sesiones, contar con la presencia de la actriz. No pude asistir a la histórica sesión pero el mismo día la vi subir a un taxi. Habría preferido verla bajar pero no me defraudó: lo hizo con la grandeza cinematográfica que se le supone. Hay apellidos que marcan. Y si buqué significa "el conjunto complejo y agradable de aromas y sensaciones que surgen de un vino determinado en su punto óptimo después de un proceso de maduración en barrica y botella", Bouquet significa lo mismo pero a lo grande. Además de actriz homenajeable, musa de Buñuel descubierta en un culebrón televisivo y defensora de causas justas, Bouquet también siente una militante pasión por los vinos. Eso se traduce en un sello propio y unas preciosas botellas etiquetadas con su nombre y el de su vino preferido, un moscato llamado Passito Pantelleria en homenaje a su lugar de origen, la isla de Pantelleria, a medio camino entre Sicilia y la costa tunecina. "Se parece a las tierras en las que nace: dulce y fogoso al mismo tiempo", dice.
El entusiasmo con el que Bouquet habla de sus vinos lo hemos visto en otros artistas como Joan Manuel Serrat o Lluis Llach, que también han invertido pasta y tiempo en embotellar emociones para compartirlas. No son los únicos. De unas décadas a esta parte, artistas de diverso pelaje financian y contribuyen a mantener viva la legendaria parafernalia de los vinos. Gérard Depardieu es, al parecer, un auténtico experto, aunque, como se cuenta en el libro À boire sur paroles, los nombres de sus vinos desprenden un retintín grandilocuente: Ma verité (Mi verdad), Confiance, Reference, Spiritus Sancti, Sine Nomine (un Priorato, por cierto) o el mendocino Mi diferencia. Charles Aznavour también lleva años atrapado por esta adicción. Cuando era más joven, exigía que en su camerino hubiera siempre tres botellas de Saint-Emilion. Entonces las probaba antes, durante y después de los conciertos y hoy sólo lo hace al final, cuando ya puede recuperar una vocación que financia un sello tan prestigioso como el Château Pape-Clément. Pero los vicios se contagian y, hace poco, el futbolista David Beckham compró las viñas de Saint-Vincent, en el departamento del Var, cerca de las que tiene el piloto Michael Schumacher. Llegará un día en el que tener un jet privado ya no será un signo externo lo bastante intimidatorio para desmarcarse de los demás y todos querrán tener sus viñas y unas botellas de buen vino que lleven su nombre. Esa es, más que muchas otras, una forma segura de posteridad.
CÓCTEL: Jockey club.
En una coctelera, mezclar y agitar una copa de ginebra seca, un golpe de crema de noyau, un golpe de zumo de limón y biter naranja. Servir en vaso de cóctel. Desta! (¡Salud! en amharic).
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