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Crónica:LO QUE HA LLOVIDO
Crónica
Texto informativo con interpretación

De espías y calzoncillos

¿Pueden mezclarse los calzoncillos con los secretos de Estado? Ni se puede, ni se debe. ¿No puede ser calificado de espía de quinta regional el que utiliza una maleta común y corriente para escaquear un material que valía entre siete y 15 millones de dólares de los de 1976?

"De la libre circulación de las ideas a la libre circulación de los espías" era el título de una noticia en la sección Internacional, fechada en Bonn y Berna, que hablaba de la devaluación del oficio de mirar por el ojo de la cerradura. Decíamos, y nuestros motivos tendríamos, que "el sueño del espía propio está ya al alcance de cualquiera". Pero, quizá por las dificultades de tener un espía profesional para cada uno, algunos países europeos, como Alemania, se estaban topando con auténticos principiantes.

Por ejemplo, el señor Kuzniak, sorprendido con una maleta llena de planos del avión Tornado, "el más ultrasecreto de toda la historia de la OTAN", un material por el que la URSS y Checoslovaquia estuvieron dispuestos a pagar las cifras que apuntábamos más arriba. "Estas cosas", comentábamos, "no se conciben en Alemania, donde resulta de un gusto pésimo mezclar los calzoncillos con los secretos de Estado. Semejante frivolidad puede llegar a costarle al señor Kuzniak algunos años adicionales de cárcel". Eso, por no tener compartimentos en las maletas, éste para los planos del Tornado, éste para la ropa interior.

Pero si a Kuzniak se le iba la mano con los planos del avión, mucho más se les fue a dos exorcistas de su misma nacionalidad, el jesuita Adolf Reodwyck y el salvatoriano Arnold Retz, que, según contábamos en Sociedad, provocaron la muerte de una joven diagnosticada de epilepsia alegando que lo que tenía eran seis demonios dentro, por lo que la pusieron a ayunar durante tres semanas, hasta su fallecimiento.

Mientras el obispo de Würzburgo, que, por cierto, había permitido el exorcismo siguiendo el ritual romano del siglo XVII, amenazaba con llevarles ante los tribunales eclesiásticos, acusados de negligencia y de violar el secreto profesional, por largones, el jesuita explicaba en la televisión que cuatro de los seis demonios que poseían a la difunta decían llamarse Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Nerón y Judas. Con toda esa gente dentro, como para no sentirse incómoda.

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