Morella sin Vázquez Montalbán
M anuel Vázquez Montalbán dejó escrito que, en Europa, las únicas dos sky lines que podían rivalizar con la universal perspectiva de Nueva York eran las de San Geminiano, en la Toscana, y la de Morella, en Els Ports de Castelló. Hay que vadear con paciencia esas montañas, en efecto, para descubrir de pronto la emergencia mineral de la capital de Els Ports, aunque sólo nos recuerde -como a Montalbán- a la boina incorrupta de don Ramón Cabrera.
Los vínculos que establece un creador con una ciudad o un paisaje son difíciles de explicar. A Vázquez Montalbán, que era un escritor pantagruélico, lo que debió motivarle era sentarse con sus amigos morellanos (a alguno de los cuales, como Sergi Beser, transformó en personaje de sus novelas) a la sombra de Els porxes a contarse los by-passes antes de ir a comer al Mesón del Pastor o al Cardenal Ram, y atacar entonces una sopa tan consistente como la montaña que la hace posible, seguir con un cordero minuciosamente cocido y dejar los flaons, prudentemente, para merendar.
Teodor Llorente prefirió la metáfora más socorrida de la torre de Babel
Es una lástima que este gran escritor ya no esté entre nosotros. De alguna manera, era el último eslabón de una cadena de testimonios literarios que han ido tejiendo la leyenda de Morella, un fabulos libro de viajes a la altura de lo que esta pequeña ciudad (como la ha definido Joan F. Mira) ofrece a las pupilas del viajero más exigente.
Unos la han evocado como un acorazado. Otros -como Teodor Llorente- han preferido la metáfora más socorrida de la torre de Babel. "Tota l'Edat Mitjana, la nostra Edat Mitjana -escribió Joan Fuster-, sembla condensada en el seu perfil de fortalesa íntegra, retallant-se contra un cel de blau feble, sota el sol que dóna a les pedres un color de mel clara".
Hace años, recuerdo haber asistido a alguna sesión del seminario que todos los veranos montaba en Morella el sociólogo Lluís Aracil. Aquello tenía un aire sectario muy estimulante, aunque a mí las sectas me cansan mucho, sobre todo en agosto. No recuerdo exactamente de qué hablaba Aracil -de hecho, dudo de que él mismo lo supiera en aquel mismo momento-, pero alguno de sus más esforzados discípulos llevó a cabo la hercúlea tarea de convertir el magma imprevisible del seminario en un libro interesante sobre la muerte, al que dediqué en su momento un artículo elogioso.
Nada como Morella para venir a pensar en la muerte, aunque sea la muerte la que nos piense a nosotros, y cada óbito individual es sólo un pequeño hito en su meditación inacabable. A Vázquez Montalbán la parca le estrujó el corazón muy lejos de Morella. Ignoro los detalles de su entierro o las disposiciones testamentarias al respecto, pero hubiera sido bonito que sus cenizas se esparcieran en un lugar como éste.
Al fin y al cabo, lo que tienen de particular Els Ports es que, antes del Cretácico superior, estas salvajes hondonadas estaban cubiertas por el mar. Estimula pensar que, cuando nosotros seamos tan sólo un fósil más, nuestras cenizas vendrían a confundirse com un lodo milenario, y nuestro corazón reducido a polvo dormitaría junto al esqueleto petrificado de una gamba. Y el resto es literatura.
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