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Reportaje:APROXIMACIONES

El porqué de las biografías

Isabel Burdiel

Decía Josep Pla que quien a los cuarenta años sigue leyendo novelas es que es un idiota. No es necesario estar de acuerdo para pensar sobre ello.

Para muchos lectores -quizás para Pla también- la poesía es el género de la adolescencia, la novela el de la juventud y la biografía el género de la madurez. Un género este último que ejerce una fascinación especial sobre quienes comienzan a sentir que la vida va en serio; en ese momento en que tan necesitados estamos de orden y de consuelo en medio del ruido y la furia de una vida que galopa y se nos escapa. Son esos años en que el tiempo por detrás ya no tiene escapatoria, cuando el pasado, como decía el poeta Ángel González, nos resulta tan incierto y sobrecogedor como el futuro para los adolescentes. Cuando, a diferencia de ellos, hemos dejado de sentirnos promesas de nosotros mismos y ya no poseemos, como marca de identidad, un futuro abierto e incierto.

Sobrevenidos los cuarenta y dejados atrás, es el pasado el que se convierte en un horizonte abierto e incierto que es necesario ordenar, dotar de dirección y de propósito; de un significado que redima al ser que hemos llegado, inadvertidamente, a ser. Fue Nietzsche quien llamó redención a la operación por la cual transformamos, en algún momento de la madurez, cada uno de aquellos inciertos fue en un quise que fuera así. De ese anhelo de redención, de orden y de sentido, se alimenta la lectura voraz y la esforzada escritura de biografías. De ese anhelo necesario, redentor, que sin embargo sabemos engañoso y falaz.

Si no hubiese conocido a tal

persona, si no hubiese tomado aquella decisión, si no hubiese nacido de aquellos padres, en aquel país, en esos años... el curso de mi vida, yo mismo, hubiese sido diferente. Ese juego biográfico de los si retrospectivos, como escribió Benedetto Croce, resulta tan ilusorio como necesario para concebir nuestras vidas como el recorrido de una identidad constante, idéntica a sí misma, enfrentada a encrucijadas y a decisiones que nos han ido llevando hasta estos años, todavía en este país, habiendo conocido a aquella persona, cometido aquel error.

Ahora sabemos, quizás lo hemos sabido siempre, que no somos otra cosa que aquel que cometió aquel error, conoció a aquella persona, nació y vivió en este país y de estos padres y que, justamente, todo ello se une para producir al incierto individuo capaz de concebir y pronunciar esos si retrospectivos que conforman, con su queja, lo que hemos llegado a ser. Estos seres tan lejanos de sí mismos, tan ardientemente anhelantes, hoy más que nunca, de la unidad y del orden que el género biográfico ofrece como redención y como consuelo.

A ese anhelo básico de identidad obedecen todas y cada una de las variantes posibles de la escritura biográfica. A él se sujetan aquellas biografías decimonónicas que consideraban a los hombres (y casi nunca a las mujeres) como sujetos por derecho propio, directores de su destino, capaces de moldear su entorno, de cambiarlo, de recrearlo a su imagen y semejanza. Vidas leídas (escritas y vividas) desde un final que siempre estuvo ahí y al que se dirigieron desde una energía propia e irreductible, alimentada de sí misma. A ese anhelo obedecen también las biografías ejemplares de varios tipos para las cuales las vidas escritas (leídas y vividas) son ejemplos de especie, encarnaciones de un grupo más amplio, de un lugar, de una época, de una comunidad que trasciende al individuo y le dota de sentido histórico; de sentido tout court.

A ese anhelo responden (con

mayor inconsciencia si cabe) las antibiografías que niegan la posibilidad misma del ser íntimo y singular, de la energía creadora individual, de la dirección, del orden, del propósito y del sentido. Aquellas que conciben a sus personajes como productos atónitos de algo -la sociedad, la historia, aquellos padres, aquel lenguaje- que les es ajeno y sobre el que carecieron, en realidad, de control alguno. A ese anhelo biográfico obedecen incluso aquellos textos que descifran y denuncian el anhelo biográfico, la ley del género, el género mismo, como ilusión, como falacia, como deseo. Sin embargo, es precisamente ese deseo falaz e ilusorio el que realmente cuenta. El que nos crea como individuos, el que le hizo exclamar a Alexis de Tocqueville que, a medida que se iba haciendo mayor y era más consciente de todo lo que le había convertido en lo que era, más individualista se sentía o quería llegar a ser. Ése es el deseo que gobierna y unifica, el ámbito de una inquietud por lograr dotar de un sentido y de un propósito al tiempo pasado, a aquel error, a aquellos padres, a aquel país del que nunca pudimos salir. El anhelo insobornable de un yo que se quiere idéntico a sí mismo, más allá de los nombres de la trampa, de la ilusión y de la falacia del nosotros sofocante que nos anula porque anula el deseo y lo corrompe.

Es ese deseo de identidad, de libertad, el que vindica el género biográfico y a sus adictos, aquello que vindica la grandeza y la miseria de sus leyes tan justamente tramposas, aquello que nos empuja a seguir leyendo y escribiendo biografías. Aquello que, justamente, hay que saber leer y escribir cuando se leen y escriben biografías.

Porque todo lo demás es el ruido y la furia de quienes creen, o desean creer, como Macbeth, que vivieron inertes en una historia contada por un idiota, una historia (sólo) llena de ruido y furia, vacía de significado. ¡Como si fuésemos idiotas!, como si pasados los cuarenta pudiésemos seguir creyendo en esa ficción, tan novelesca, tan pobremente consoladora, de que nada pudo ser de otra manera, de que nada tuvimos que ver con lo que fuimos y, por lo tanto, con lo que somos en este momento mismo en que construimos nuestro pasado, en que lo mimamos y (des)ordenamos con tanto cuidado. Ahora en que, inmersos todavía en el furor y en el ruido de nuestro proyecto hacia atrás, siempre inacabado, siempre pendiente, siempre anhelado, quisiéramos no acabar siendo unos idiotas y, al mismo tiempo, seguir leyendo como siempre, y contra Josep Pla, muchas más novelas y muchas más biografías. Quizás también, si ya somos capaces, algo de poesía.

Isabel Burdiel es profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia y autora, entre otras obras, de la biografía Isabel II. No se puede reinar inocentemente (Espasa).

Ilustración de Soledad Calés.
Ilustración de Soledad Calés.

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