'Hip hop' con ideas
El Grupo de Rua de Niterói causa admiración.
En su permanente confrontación con el Fringe, el Festival Internacional tiene que demostrar cada año que no se duerme en los laureles de la comodidad. Siempre está la cuota Calixto Bieito -y esta vez nada menos que de la mano de una pieza de Michel Houllebecq-, pero quizá lo menos convencional, lo más sorprendente, es la presencia del Grupo de Rua de Niterói, unos brasileños que bailan puro hip hop -eso sí, evolucionado hasta lo que semejante arte pueda dar de sí-, unas veces con música electrónica como fondo y otras en silencio absoluto. El director de la compañía -Bruno Beltrão, que la fundó con 16 años, hace 10- es también su coreógrafo y se le compara ya nada menos que con Rennie Harris, el pionero.
El programa del miércoles presentaba dos obras -Too legit to quit y Telesquat- que quieren demostrar cómo con esa base callejera se puede contar una historia. La verdad es que Beltrão y su gente lo consiguen sólo a medias, primando más los efectos que la narración, con lo que la lección pretendida llega prendida con alfileres. Lo que sí alcanzan a lograr es una admirable solvencia técnica por parte de los bailarines -todos hombres- que acaba por suscitar esa admiración que provoca cualquier trabajo que pretende alcanzar la excelencia. Lo que se ve en la calle hecho por unos cuantos muchachos de pantalones anchos, gorra del revés y enormes zapatillas deportivas exhibe aquí una pericia en el gesto -incluido y de manera fundamental el facial- y una exactitud en el movimiento que demuestran lo que de codificado, y seguramente también de manierista cuando se recrea en la suerte, tiene también esto del hip hop.
Pasan por el escenario los arquetipos del mundo musical popular, con parada y fonda tragicómica en James Brown. Y una especie de parábola o de parodia -que no está claro porque a Beltrão se le va un poco su criatura de las manos- sobre la guerra con presencia de un astronauta, un pingüino, una tortuga, el hombre de Neandertal y un soldado que resulta, como mínimo, espectacular y hasta llega a impresionar en su combinación de ruido y carrera. Lo que ocurre en el escenario prosigue en la sala y en las distintas pantallas de televisión que la rodean. Un narrador -el vivaz e incansable Eduardo Hermanson- habla de tres realidades distintas que, sin duda, son demasiadas para lo que se ve.
La lección de un espectáculo así es que hay otros mundos aunque no queramos verlos, y otras maneras de mover el cuerpo creando un arte diferente. Eso sí, y ahí nos duele, desde un concepto de belleza que habita, seguramente, en la misma lejanía en la que se reflejaba la mirada de los bailarines dirigida a un público que -después de reírse con cuatro gracias inofensivas- los despedía con la frialdad un poco nerviosa del que siente cómo tiembla la tierra bajo sus pies.
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