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Columna
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El manzano

Cuarteto nº 8 en do menor de Shostakovich. ¿Puede alguien a estas alturas seguir definiéndose comunista sin reparo moral alguno? Sí, el célebre cuarteto de Shostakovich está dedicado a las víctimas del fascismo, lo sé; sin embargo, el compositor ruso fue también, y sobre todo, víctima del comunismo soviético. Leo en The Guardian un artículo de García Márquez sobre Fidel Castro, extracto de uno más largo publicado en Granma. No hay virtud de la que carezca el líder cubano. Me asombra tal falta de pudor en la defensa de un dictador, sea cual sea su orientación ideológica y sean cuales sean sus logros -bastante parvos, por otra parte, en el caso de este personaje-. Naturalmente, García Márquez tiene derecho a defender a quien quiera, más aún tratándose como se trata de su amigo del alma. ¿Tendría también derecho a defender a Pinochet si le hubiera dado por esa vena? Por supuesto, me dirán, pero a costa de asumir sus riesgos y de pagar las consecuencias. Las mismas que ha tenido que pagar recientemente Peter Handke por asistir al entierro de Milosevic -tan comunista y tan nacionalista, por cierto, como Castro-, o las que es muy posible que haya de pagar Günter Grass tras su confesión de haber militado en las Waffen SS. ¿Qué tendrá Fidel Castro para que resulte tan impune halagarlo, para que sean sus apologetas los únicos que salgan siempre de rositas y hasta con honores?

Son frecuentes de un tiempo a esta parte las críticas contra la izquierda, a la que se le acusa de cierto acomodo moral. Nada mejor que ser o declararse de izquierdas para carecer de problemas de juicio, se viene a decir. Abonada a un laissez faire característico, a eso que ahora se denomina buenismo, la izquierda se instalaría en la buena conciencia sin asumir responsabilidad ninguna por los aspectos negativos, o al menos problemáticos, del devenir histórico. Los males siempre los causarían los otros, esto es, la derecha, mientras ella se arrogaría una inocencia perpetua que alcanzaría también a su memoria, incluso a los desastres que perpetró en el pasado. Es una crítica que viene de donde viene, aunque convenga subrayar que los críticos más beligerantes sean ex izquierdistas o incluso personas que dicen conservar un ideario de izquierdas que tratarían de salvaguardar con su crítica. ¿Otorga mayor crédito a su opinión esa su conciencia inculpada de la que tenderían a liberarse, o su beligerancia crítica es sólo fruto de una conciencia desdichada derivada de un cambio de alineamiento ideológico? La división del electorado occidental entre derecha e izquierda a partes iguales parece desmentir a estos críticos del espejismo moral de una izquierda acomodaticia, salvo que piensen que el mundo se divide naturalmente y de forma equitativa entre buenos y malos, responsables e irresponsables, y que ellos han optado finalmente por el camino correcto.

No me parece que apelar a la buena conciencia, a la rentabilidad moral, sea un buen criterio para fundamentar el debate político. La buena conciencia fue un atributo de la derecha, y creo que el actual ideario neocon está empapado de buena conciencia, que en ningún caso hay que confundir con la conciencia moral. Pero en lo que quizá no anden desencaminados esos críticos de la izquierda sea en su denuncia de una falta de reconsideración crítica por parte de ésta de su legado histórico. ¿Hubiera hecho frente común la izquierda francesa con la derecha en las elecciones presidenciales si el peligro en vez de provenir del FN de Le Pen procediera de un partido de izquierda radical de efectos tan desestabilizadores como los de la derecha neofascista? ¿Puede seguir sirviendo el sustrato religioso que subyace en el utopismo de izquierdas como salvaguarda para perdonarle sus errores históricos? ¿Por qué cualquiera puede enorgullecerse de su pasado comunista, y no de su pasado fascista, hasta el extremo de que inventarse para el currículo unas gotitas de radicalismo juvenil de izquierdas resulte aconsejable? ¿De qué medios se sirve la política para que la conciencia moral degenere, en efecto, en buena conciencia?

Desde la lejanía, miro a mi pequeño país y me pregunto por qué habré borrado de mi memoria todo rastro de mi infancia, la vivencia que mejor me hubiera vinculado a mi tierra. Me digo si dejara alguna vez de ser un mérito del que enorgullecerse el haber militado en ETA. No si se convertirá en un oprobio, sino si dejara de ser un mérito, condición que considero necesaria para que se levante el silencio de este país. De la lejanía de mi infancia a veces emerge en mi memoria un manzano en flor. Sé lo que encierra, pero es mi conciencia moral, y no mi buena conciencia, la que me lo oculta en la penumbra. Nadie sabe mejor que yo lo que me gustaría iluminar su sombra.

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