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CLÁSICA

Edimburgo opta por el riesgo controlado

Nada puede llegar a parecerse tanto entre sí como dos festivales de verano cuando la imaginación brilla por su ausencia. Públicos intercambiables, músicas intercambiables y los mismos intérpretes en una gira inacabable que convierte cada concierto en la sospecha de un bolo. Si algo debe hacer un festival es diferenciarse, arriesgar para que el público no se le muera de viejo.

Edimburgo ha optado este año por el riesgo controlado, por inventar la pólvora. ¿Cómo? Programando en el Usher Hall tres conciertos diarios durante tres días en las próximas tres semanas. ¿Repertorio? Todas las sinfonías de Beethoven, las de Bruckner, y cosas como La canción de la tierra de Mahler, La leyenda de José de Richard Strauss o De los cañones a las estrellas de Messiaen. Conciertos de una hora de duración como máximo y a 10 libras -15 euros- la butaca.

De acuerdo, en España todavía puede ser un poco caro, pero aquí es barato y el género que se ofrece es de muy buena calidad. El martes a las cinco y media arrancaba Charles Mackerras con su ciclo Beethoven dirigiendo a la Orquesta de Cámara de Escocia. Una Heroica muy notable con un maravilloso último movimiento. Haga lo que haga, Mackerras es un ídolo en Edimburgo y se le aclama como a ningún otro.

Errores y frescura

A las siete y media empezaba La canción de la tierra. La dirigía el alemán Stefan Anton Reck, un director de mejor reputación que currículo que trabaja mucho en teatros italianos y que hizo una versión de muchos quilates, a pesar de que diera la sensación de que no hubo muchos ensayos con la Real Orquesta Nacional de Escocia. Pero las cosas salían, con errores propios del caso pero también con una frescura y una emoción muy especiales. Las que puso, sobre todo, la mezzo Jane Irwing, una cantante carente de toda afectación, que se adentra en el texto de la obra con una emoción sin trampa.

El tenor australiano Stuart Skelton se fajó como un león con esa tesitura cercana a lo imposible a que Mahler obliga y ganó la batalla con fuerza y expresividad. Y, para rematar, a las nueve y media, la Orquesta Sinfónica de la Radio de Finlandia con su titular, Sakari Oramo, para negociar la Primera de Bruckner -entre los directores del resto de la serie estarán gentes como Blomstedt, Herbig o Metzmacher-. Menuda orquesta la suya, qué poderío, qué entrega y qué clase.

Lo de los fineses con la música es un milagro que se repite sin parar. Oramo -que ha sido hasta este año el sucesor de Simon Rattle en Birmingham- es un maestro joven, listo y dominador. Su Bruckner es implacable, casi se diría que expresionista, directo como una flecha.

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