La sargento valiente
Hoy hace un año que Susana Pérez se despidió en Afganistán de su marido, uno de los 17 muertos en el accidente de Cougar
El pasado lunes, Susana Pérez Torres, de 29 años, se quedó observando el ajedrez azteca que le regaló su marido y por primera vez se dio cuenta de que una de las piezas estaba rota y había sido pegada cuidadosamente. Se acordó de él, como cada día, pero esta vez con una sonrisa.
Hoy hace un año que Susana se despidió de su esposo, el también sargento Alfredo Francisco Joga. Ella le llamaba Joga, por su segundo apellido, igual que los demás militares. Era el 16 de agosto de 2005, en la base española de Herat, al oeste de Afganistán, y como cada mañana desayunaron juntos. "¡Buen vuelo!", le deseó ella, antes de que se embarcara en el helicóptero Cougar en el que perdería la vida, junto a los otros 16 ocupantes.
"Soy suboficial y voy a serlo hasta que muera. No aspiro a tener estrellas"
"Muy pocos sabían en Herat que estábamos casados. No queríamos tener privilegios"
Aunque llevaban menos de un año casados -lo hicieron el 4 de septiembre de 2004 en la catedral de Ceuta, donde nació ella- sólo los más íntimos lo sabían. "No nos gustaba dar que hablar y tampoco queríamos ningún privilegio, porque allí todo el mundo estaba separado de su familia", explica.
Susana se enroló con 16 años. En 1993, dejó los estudios de ESO e ingresó en el Instituto Politécnico del Ejército (IPE), que sólo dos años antes había abierto la puerta a las mujeres. Allí coincidió con su futuro marido, año y medio mayor que ella, aunque su relación empezó en 2000, en un internado de Santoña (Cantabria), donde ambos se preparaban para entrar en la Academia Militar Básica de Talarn (Lleida).
Todos pudieron ver la fotografía del Rey tomando del brazo a la sargento Pérez y prendiendo la Gran Cruz del Mérito Militar sobre la bandera española que cubría el féretro de su esposo, en el patio de armas del Cuartel General del Ejército. Apenas dos años antes, el 10 de julio de 2003, don Juan Carlos había entregado personalmente los despachos de sargento a la pareja.
Ingresaron en la academia el mismo día, en la misma compañía y la misma sección y, cuando salieron, consiguieron destino en Colmenar Viejo (Madrid); él en la base de las Fuerzas Aeromóviles del Ejército de Tierra (FAMET), como mecánico de helicópteros, y ella en el acuartelamiento de San Pedro, sede de la Agrupación de Apoyo Logístico (AALOG 11), en almacenes y parques.
"Compramos una casa y queríamos ir a por un chiquillo", recuerda. "Pero temíamos que en cualquier momento nos mandaran fuera y tuviéramos que separarnos. A él ya le había tocado marcharse a Irak, pero no lo hizo porque Zapatero retiró las tropas. Por eso, cuando yo salí en las listas de Afganistán, vimos la oportunidad de marcharnos juntos. Él pidió unirse a sus compañeros del destacamento de helicópteros de El Copero" (Sevilla).
Susana Pérez llegó el 23 de abril a Kabul, tras un vuelo de 18 horas en Hércules. Durante un mes se dedicó a preparar el traslado del contingente español al oeste del país. En Herat, se reunió el 21 de mayo con su marido, recién llegado a la zona. Antes del fatídico accidente, aún tuvieron oportunidad de volar juntos en helicóptero hasta Qal-i-Naw, donde España asumió el control de un Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT).
Pasaron cuatro o cinco días después del accidente antes de que Susana pudiera cerrar los ojos, vencida por el agotamiento. Se entregó a una actividad frenética, como si fuera lo último que pudiera hacer por su marido. Reconoció personalmente el cadáver y preparó la repatriación de los cuerpos. Sólo el entonces ministro de Defensa, José Bono, logró convencerla de que volviera a España en el avión oficial y no en el que trasladaba los ataúdes. Aún hoy le cuesta trabajo creer que todo aquello le pasó a ella y no a otra persona.
En ningún momento, sin embargo, se ha planteado dejar el Ejército. "Para nada", responde sin titubear. "Eso era lo que yo admiraba de él y él admiraba de mí. Teníamos unas ideas muy claras: nosotros no somos mercenarios, estamos aquí por principios. Y hemos dado el 200 por 100 de nosotros mismos cada día. Yo no sé ser otra cosa que militar. Soy suboficial y voy a serlo hasta que me muera. No aspiro a tener estrellas. Para mí, la escala de suboficiales es la más bonita que hay. Es la que está más cerca de la tropa. Cuando eres oficial, te ven de otra forma".
Fuera del cuartel, Susana no se diferencia en nada de cualquier otra joven. Salvo por algún detalle, como los dos anillos nupciales -el suyo y el de su esposo- en el dedo anular y unas gafas de sol tras las que parece ocultarse. "Yo no voy a echarme a llorar para darte pena. A lo mejor cuando llegue a casa me derrumbo. Me doy golpes de rabia contra las paredes. Y, si es así, mañana iré con un chichón al cuartel. Pero nadie sabrá cómo me lo he hecho. Son mis sentimientos. Punto".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.