Por ahí va el futuro
La fotografía ilustraba un artículo acerca de las diferencias entre el cerebro de los hombres y el de las mujeres en el que se citaban los trabajos de un profesor estadounidense, un tal Larry Cahill, según los cuales los hombres y las mujeres utilizábamos distintas zonas del cerebro para almacenar la memoria a largo plazo. El estudio explicaba en parte por qué las mujeres son más aficionadas al colon irritable que los hombres. En todo esto cumplía, siempre según el artículo, una función muy importante la amígdala, una región cerebral con forma de almendra presente en los dos hemisferios cerebrales. Me exonerarán ustedes de explicarles el funcionamiento de la amígdala puesto que no es nada excitante y carece de interés para nuestros objetivos. Por otro lado, la neurobiología descubre la Luna una vez al mes. El primero de estos descubrimientos, hace ya más de un siglo, fue que las mujeres eran menos inteligentes que los hombres porque tenían el cerebro más pequeño.
El muñeco chico se parece un montón a la muñeca grande, como si fuera su hijo
Lo interesante del artículo, en fin, era la foto, cuyo pie decía "Ensayos de un equipo de PET con un maniquí en el hospital Hutzel de Detroit (EE UU)". PET quiere decir "tomografía por emisión de positrones". La tomografía es a su vez una técnica que se utiliza para el registro de imágenes corporales correspondientes a un plano o a una sección determinados (viene del griego tómos, pedazo o sección y grafía, representación). En cuanto a los positrones, son partículas elementales de antimateria con la misma masa que el electrón, aunque con carga positiva. Y ahora olviden todo lo anterior y observen el mimo con el que se ha disfrazado al maniquí para introducirlo en el aparato. Recuerda una escena de Toma el dinero y corre, la película de Woody Allen en la que unos presos se disfrazan de guardianes para escapar de la cárcel. Su obsesión por controlar hasta el mínimo detalle les lleva a ponerse, debajo de los uniformes, la ropa interior de los policías. El realismo con el que han vestido al maniquí de la foto le hace preguntarse a uno si se trata de un muñeco o de un niño de verdad.
A lo mejor es un niño de verdad disfrazado de muñeco. ¿Por qué, si no, tantas precauciones? ¿Por qué vendarle los ojos y sujetarle los brazos y las piernas? ¿Qué daño puede hacerle un bombardeo de positrones si se trata de un ser humano de mentira? Pero lo que le pone a uno los pelos de punta no es lo que el muñeco tiene de niño real, sino lo que la doctora de verdad tiene de muñeca. Parece talmente una mujer de plástico, aunque con un poco de alma, una cosa por otra. Vean el gesto maternal con el que arropa al niño para que no se enfríe en el tubo de acero. Va uno del niño a la doctora y de la doctora al niño sin estar seguro a ciencia cierta de quién es el monigote. No sabe uno si están haciendo un experimento científico o una locura. Porque lo más espectacular no lo hemos dicho todavía; lo más espectacular es que el muñeco chico se parece un montón a la muñeca grande, como si fuera su hijo. Quizá lo sea. Quizá esa mujer de carne y hueso haya tenido una criatura de plástico. ¿Produce o no produce espanto la escena de marras (qué rayos querrá decir marras)? La fotografía apareció en las páginas del suplemento Futuro, y por ahí va el mundo.
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