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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Espectáculo abrumador

Hace ahora tres años, de una película que no parecía tener muchas pretensiones, Piratas del mar Caribe. La maldición del Perla Negra destrozaba las taquillas y, de paso, levantaba la alicaída carrera de Johnny Depp, que se encontró con un inmenso tesoro: un papel construido a su medida, un poco canalla, bastante crápula; un héroe de muy dudosa moralidad. Pero lo que más llamó entonces la atención fue la mezcla, ciertamente insólita y muy desinhibida, entre filme de aventuras, comedia desatada y unos toques de cine fantástico, a la que unos efectos especiales por encima de la media conferían, en fin, el lustre necesario para convertirse en un gran espectáculo para toda la familia.

PIRATAS DEL CARIBE. EL COFRE DEL HOMBRE MUERTO

Dirección: Gore Verbinski. Intérpretes: Johnny Depp, Orlando Bloom, Keira Knightly, Jack Davenport, Stellan Skarsgard. Género: aventuras fantásticas, EE UU, 2006. Duración: 150 minutos.

Más información
El tesoro de Johnny Depp

Todo esto, y multiplicado, vuelve a aparecer por esta segunda parte, El cofre del hombre muerto (el guiño es indisimulado: es una cita estricta de La isla del tesoro de Robert L. Stevenson; también lo son muchas otras apropiaciones del inmenso filón del filme de piratas, que es de lo que se trata). Multiplicado, claro: dos horas y media de metraje dan para mucho trote, para mucho cambio de escenario, para muchos acontecimientos de esos que remueven constantemente la trama para no dar ni un instante de tregua al respetable.

Siguen ahí el curioso juego triangular entre Johnny Depp, Orlando Bloom y su atractiva novia, Keira Knightly, mucho más provocativo incluso. Sigue ahí la inmensa amoralidad de Jack Sparrow / Depp, que hace de él uno de los héroes / villanos más atractivos del cine de aventuras en muchos años. Y sigue, en fin, el desborde imaginativo para poner a los personajes ante situaciones aparentemente irreversibles y, sin embargo, sacarlos limpiamente de ellas: si acaso, el pero que cabría señalar es que hay una cierta reiteración mecánica en esos juegos (véase cómo la fuga de la isla de los caníbales se vuelve a repetir en la secuencia de la noria que avanza a campo descubierto: el truco es literalmente el mismo).

Y en medio de un auténtico desborde de efectos, entre el fragor constante y el frenético ir y venir de los personajes, sus duelos, sus peleas y sus conjuras, destaca con poderosa fuerza la siniestra tripulación del navío de los muertos, con su pulpáceo capitán al frente. Esas imágenes, de un desasosegante impacto visual, son de las que quedan en la retina de un niño (e incluso de alguien no tan niño) prácticamente para toda la vida, un mérito no menor para una película tal vez excesiva, pero que se disfruta como en el mejor cine de nuestra infancia.

Johnny Depp, en una escena de la película.
Johnny Depp, en una escena de la película.

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