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Crónica:PIE DE FOTO | EL PAÍS / 30-11-2005
Crónica
Texto informativo con interpretación

El aparecido

Juan José Millás

Esta fotografía se publicó el 30 de noviembre para ilustrar un trabajo sobre la pena de muerte. Se trataba de una imagen sumamente locuaz a la vez que tercamente muda, pues te lo decía todo y no te decía nada. Mejor aún: estaba cargada de un sentido que el lector del periódico podía comprender, pero que era incapaz de expresar. Si la primera obligación de una buena foto es dejarte sin palabras, ésta era genial. "Me quedé mudo", decimos, para expresar no tanto la falta de sentido como su exceso. No hay forma humana de ponerse, verbalmente, a la altura de algunos retratos. Pese a ello, la imagen continúa teniendo una consideración ancilar respecto al texto. Esta fotografía es la demostración, no diremos de su superioridad, porque no se trata de eso, sino de su autonomía.

Por fin, me dije, he dado con algo evidente. Lo evidente, con frecuencia, es lo que no se ve

Clavé la fotografía sobre un corcho, delante de mi mesa de trabajo, y la dejé estar. Hay imágenes en las que penetras e imágenes que te penetran. Ésta pertenecía a la segunda categoría. Encendías la luz, te sentabas a la mesa y al rato estabas contemplando la foto, esperando que te hablara, que te dijera algo. A veces, mientras escribía un artículo, tenía la impresión de que el condenado a muerte me observaba. Pero cuando yo levantaba la vista, él volvía a bajar los párpados. Quizá, me dije, se trate de una norma del reglamento interno de la prisión: los condenados a muerte jamás miran a los ojos a nadie.

Un día me di cuenta de que había algo en la foto, algo que, sin embargo, no estaba. Eran los grilletes de las manos y de los tobillos. No estaban, desde luego, pero el hombre (negro) se había acostumbrado a ellos de tal modo que actuaba como si los tuviera. Ya no era necesario atarlo físicamente porque estaba atado metafísicamente. Incluso en el caso improbable de que abandonara el corredor de la muerte y saliera a la calle, pasaría el resto de su vida unido a esas cadenas invisibles. No es difícil imaginarlo levantando las dos manos a la vez para llevarse un trozo de pan o un vaso de agua a la boca. Por fin, me dije, he dado con algo evidente. Lo evidente, con frecuencia, es lo que no se ve, pero no logré encontrar otras cosas que no se vieran.

Telefoneé a Gorka Lejarcegi, el autor de la foto, y le pregunté cuándo la había sacado y por qué. Me dijo que era de 1987. Habían pasado por ella casi 20 años. Se publicó originalmente para ilustrar un reportaje de Emma Bonino sobre la pena de muerte. Entonces, me dije, la otra cosa que no se veía, pero que estaba, era el tiempo. Y el tiempo era lo que daba al condenado ese aire fantasmal. Cuando una foto es muy locuaz, se publica de forma periódica para ilustrar el tema del que trata. Es lo que se llama "tirar de archivo". Un día, sin darte cuenta, al tirar de archivo, en vez de sacar una foto, sacas un fantasma.

Ahí tienen, pues, al fantasma de Victor Stafford, que así se llamaba el hombre (negro) de la imagen. Tenía entonces 29 años y una hija de 9. Llevaba 10 en el corredor de la muerte y se había convertido al islam. Lo más probable es que hoy no tenga años ni hija ni cuerpo. De ahí el silencio que sale a borbotones de la foto. Es el mismo tipo de silencio lastimero que escuchamos cuando vemos un aparecido.

GORKA LEJARCEGI

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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