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Reportaje:EL TURISTA INDISCRETO

Dalí, el rey de la noche

La visita nocturna al museo del artista en Figueres realza los aspectos intrigantes y fantasmagóricos de su obra

Natasha se repantinga en una silla de mimbre, pega su nariz en el cristal y alucina con lo que ven sus ojos. Se pone las chanclas y se va en busca de sus amigas, que escuchan las explicaciones de una guía rusa. Son las 12 de la noche en el Teatro-Museo Dalí, abierto por vacaciones.

Durante el día, el fuego cae sobre Figueres (Girona). Los turistas se arrastran por las calles de la ciudad. Pero a medianoche queda desierta. En lo alto brillan una esfera de cristal y unos grandes huevos blancos. El paisaje diurno del museo daliniano se reconvierte en un escenario misterioso. El atractivo de este lugar se completa en agosto con visitas de diez a una de la noche. Diez mil noctámbulos pasaron el pasado año.

Ya en el vestíbulo la guía ha perdido su poder de convocatoria. Los rusos, jóvenes y con ganas de marcha, contemplan boquiabiertos las doradas maniquíes que se exhiben en cada ventana. En algunos hay una mirada de incredulidad, otros se creen que es una tomadura de pelo, especialmente cuando echan un euro al Cadillac y empieza a llover en su interior mientras una luz verdosa deja entrever unos cadavéricos viajeros.

No han pasado de la entrada y Salvador Dalí ya se ha ganado a los rusos. ¡Cómo debe de estar disfrutando desde su cercana tumba! Los flases no dan para abarcar a los amigos, al Cadillac y a todo lo que se acumula por arriba: la columna de neumáticos, la barca de su musa Gala y una ristra de lavabos fluorescentes bajo la cúpula de cristal que corona esta especie de circo romano.

La guía ha conseguido juntar al grupo en la sala principal, el antiguo escenario del teatro. Allí les enseña que tapándose un ojo, y colocándose en el lugar correcto, la cara del barbudo Lincoln se transforma en Gala desnuda mirando al mar (1976). En un mundo obsesionado por la interactividad, resulta que Dalí ya lo ejercitaba medio siglo atrás.

A estas alturas, los rusos piden más y más. Natasha se ha quedado clavada en las salas dedicadas a otros montajes ópticos. El chino que se convierte en tigre, las sillas que se unen a Gala. Visiones estereoscópicas que para Dalí eran la Santísima Trinidad de la vista. En el Palacio del Viento, el arte está en el techo. Dalí juega a sorprender al visitante que, a estas alturas de la noche, ya no sabe dónde está ni quién es.

Mae West no les sacará de dudas. Lo que a primera vista es un sofá rojo, unos metros más allá son unos labios de carmín, y los cuadros unos ojos, hasta configurar el rostro de la sex symbol Mae West gracias a la gigantesca peluca creada por Llongueras y a las mentes calenturientas de Dalí y Óscar Tusquets.

Del grupo de rusos ya apenas queda nada, disgregados, clavados, en una u otra sala del teatro en busca de sorpresas. La guía ha preferido esperar en el jardín, degustando una copa de cava (incluida en los 12 euros de la entrada) mientras se proyectan películas de Dalí en blanco y negro, para acabar de darle a la noche un último toque de perversión, intriga y neurosis. Dalí de nuit.

<i>Cadillac lluvioso,</i> de Salvador Dalí, en el Teatro-Museo de Figueres (Girona).
Cadillac lluvioso, de Salvador Dalí, en el Teatro-Museo de Figueres (Girona).

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