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Reportaje:

Kenia, la esencia de un continente

Un safari fotográfico por cuatro parques nacionales del país africano

Andrés Fernández Rubio

Safari en suajili significa viaje, un viaje a los paisajes de una África destilada, en los que la escritora danesa Karen Blixen (1885-1962), autora de Memorias de África, percibió "la intensa y refinada esencia de un continente". Eso es lo que buscan los turistas que van y vienen en el lobby del histórico hotel Stanley de Nairobi, poblado de acentos diferentes, de gafas de sol, rostros bronceados y cámaras y binoculares al cuello. El escritor Shiva Naipaul -malogrado hermano del premio Nobel de literatura V. S. Naipaul- definió ese momento como "el olor a safari", en una Nairobi de esplendor cosmopolita.

Los viajeros se disponen a subir a las furgonetas que los transportarán a las reservas al encuentro de los llamados cinco grandes. El elefante, por ser el mayor mamífero terrestre; el búfalo, por su bravura y mal humor; el leopardo, por su belleza, orgullo y timidez, y sus manchas pardas y rosas (la visión del raro leopardo negro se considera el triunfo de unos pocos); el rinoceronte, por su prehistórico aspecto, y el león, Simba, el mayor carnívoro africano, por el manto de su vibrante melena.

En el atardecer de Amboseli se dejan ver los temibles búfalos e hipopótamos, las pizpiretas grullas coronadas, las cebras, los ñúes, las jirafas, los antílopes de esbeltos nombres (oryx, impalas, oribis, topis), los leones entre las palmeras... Y decenas de elefantes
Segando con los picos bajo el agua la dieta de unas algas que acabarán tiñendo su plumaje de rosa, andando a cómicas zancadas o creando filigranas con el movimiento de sus cuellos inverosímiles, a su visión se añade un interminable y sordo chachareo
Los turistas varones son integrados en el grupo de los masais que saltan, pues en el empuje de esos saltos radica el factor que los convierte en deseables para las mujeres

La llamada de África. Desde Nairobi hacia Amboseli, el parque de los elefantes, la carretera es la misma que va a la costa, al industrioso puerto de Mombasa. Una carretera que, con su trasiego de camiones y vehículos comerciales (y sus destartalados locales de alterne con neones que se deslizan en la noche), se ha convertido en uno de los corredores del sida en África. De esta manera, el trayecto obliga a los turistas a tomar contacto con la dureza de un país de cerca de 34 millones de habitantes que se encuentra entre los más desarrollados del continente. Con un índice de alfabetización de un 85% y centro financiero de África del Este, Kenia no se libra, sin embargo, de los males que condensan la tragedia africana: la corrupción (extendida en un Gobierno, el de Mwai Kibaki, que en diciembre de 2002 ganó limpiamente las elecciones abanderando precisamente un programa anticorrupción), la pobreza (un 56%), el desempleo (más de un 40%) y el sida (se calcula que 1,5 millones de personas han muerto y 2 millones están infectadas).

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La carretera hacia Mombasa muestra también otras caras de Kenia. Una historia de abruptos choques. A la salida de Nairobi, a la derecha, se recortan las chabolas de Kibera, el suburbio más grande de África, donde malvive un tercio de los 2,5 millones de habitantes de la ciudad, reflejado con crudeza y sarcasmo en la novela de Michael Holman Last orders at Harrods. Y, como lacerante contrapunto, al final de la carretera, a una hora de Mombasa, se localizan resorts playeros como Alfajiri Villas, donde se refugiaron Angelina Jolie y Brad Pitt al principio de su noviazgo, al abrigo de los paparazzi y a 4.000 dólares la noche.

1 AMBOSELI

Por un desvío en Emali se abandona la asfaltada carretera principal en dirección al territorio masai. En el camino de tierra, los turistas comienzan a dar sentido a una frase estampada en camisetas: "Yo sobreviví a los baches de Kenia". También empiezan a percibir la desmesura de África, la serenidad de las grandes llanuras, el sentimiento de "tierra abierta, ondulante y cubierta de hierba; ni cercos, ni zanjas, ni caminos", como lo expresó Karen Blixen, que vivió en Kenia entre 1914 y 1931 administrando la plantación de café familiar. Con la riquísima herencia cultural de 70 grupos tribales y 68 espacios protegidos (un 7,8% de la superficie de un país un poco mayor que España), el asfaltado de las carreteras constituye uno de los proyectos más urgentes y ambiciosos del Gobierno, que prevé, en un plan cofinanciado con ayuda de la Unión Europea y el Banco Mundial, que en cinco años se llegue sin incomodidades a las principales reservas. Algo que se logrará si la corrupción no lo impide, aunque la lectura de las últimas noticias, con la dimisión de tres ministros en lo que va de año, permite albergar esperanzas. En 2005, el zar anticorrupción del Gobierno, John Githongo, había tenido que abandonar el país temiendo por su vida, y el alto comisionado británico, Edward Clay, denunció la codicia y arrogancia de miembros del Gobierno y el descarado desfalco de fondos públicos.

En las llanuras de Amboseli, lejos de las escaramuzas políticas de Nairobi, el día ha amanecido con nubes y claros. Cuatro guepardos conjuntados acechan a las gacelas Thomson. El felino más diurno es también el mamífero más rápido, con una velocidad punta de entre 90 y 112 kilómetros por hora. Junto a ellos, en el atardecer de Amboseli, en sus pantanos y llanuras verdes regadas por las corrientes subterráneas del Kilimanjaro, se dejan ver los temibles búfalos e hipopótamos, las pizpiretas grullas coronadas, las cebras, los ñúes, las jirafas, los antílopes de esbeltos nombres (oryx, impalas, oribis, topis), los leones entre las palmeras... Más la cincuentena de elefantes que pone en alerta la mirada de los turistas (ansiosamente asomados en el espacio libre dejado por los techos levantados de las furgonetas). Ahí está la foto: el despacioso andar de los paquidermos y, al fondo, la silueta del Kili.

La mayoría de los guías cuentan a los turistas una falsa historia: que la reina Victoria de Inglaterra hizo cambiar el trazado de las fronteras para regalarle el Kilimanjaro a su nieto el káiser Guillermo por su cumpleaños. La montaña (un volcán extinto junto al ecuador que es la cima más alta de África con sus 5.895 metros) se encuentra a unos cincuenta kilómetros de Amboseli, ya en Tanzania. Los guías se apresuran a explicar que las mejores vistas (cuando no lo tapan las nubes, que es lo habitual) se obtienen desde Kenia. La ilimitada fascinación que ha ejercido esa altura entre escritores y viajeros tiene en el cuento de Hemingway Las nieves del Kilimanjaro un ejemplo consumado -su cumbre cuadrada "tan ancha como el mundo entero, grande, alta e increíblemente blanca bajo el sol"-. Michael Crichton, autor de Parque Jurásico, se atrevió a escalarla. Desde arriba divisó el horizonte curvo, "el planeta esférico". Terminada la durísima aventura, desde abajo el Kilimanjaro se le apareció como un fantasma pálido, rojizo e incorpóreo. "No terrenal".

2 EL POBLADO MASAI

Mientras la furgoneta avanza camino del poblado masai, una cebra cruza delante del vehículo peligrosamente al galope. Moisés, el conductor, un kikuyo que habla un español preciso y suave, sonríe tras el susto y dice: "A esto se le llama un paso de cebra". Amboseli permite el contacto directo con los misteriosos masai, uno de los grandes atractivos del viaje. De origen nilótico (al contrario que los mayoritarios kikuyos, de procedencia bantú), pocos pueblos de África han despertado tanta admiración como los masai. "Indómitos y espléndidos, de ojos salvajes y magníficos", según Joseph Conrad. Evelyn Waugh destacó su orgullo y coraje, "la belleza física y el extremo cuidado que se toman para adornarla". Pero nadie como Karen Blixen y su maravilloso libro Memorias de África (no por casualidad uno de los favoritos de Truman Capote) para hablar de la apostura de los guerreros masai y relacionarlos con el concepto europeo de lo chic. "Salvajemente fantásticos como son, siguen adaptándose de forma implacable a su propia naturaleza y a un ideal inmanente", escribe. "Cuando un joven masai dispara una flecha y suelta la cuerda del arco, parece que vas a escuchar los tendones de su larga muñeca cantando en el aire con la flecha".

El turismo está influyendo decisivamente en los masai. Algunos grupos han aprovechado el flujo económico hasta transformar su modo de vida en un espectáculo para turistas (una mancomunidad reparte entre los poblados el dinero obtenido: 20 dólares por persona la visita). Siete furgonetas con treinta turistas se paran junto a un poblado. Jóvenes y adultos masai de ambos sexos los reciben cantando y bailando. Los varones recién llegados son integrados en el grupo de los hombres que saltan, pues, según la tradición, en el empuje de estos saltos radica el factor que los convierte en deseables para las mujeres. Después se visitan las chozas construidas con ramas y excremento de vaca. El hijo del jefe, Olesahel, explica en inglés los pormenores de la vida en la comunidad. Empieza cada frase con las mismas palabras: "En el poblado...".

En el poblado, los turistas son trasladados luego al mercadillo de artesanías, donde se les piden precios muy altos. Muchos viajeros han criticado, sobre todo en la zona de Masai Mara, la agresividad vendedora de los masai. En este poblado de Amboseli, todo está muy bien dispuesto -el escenográfico trazado circular, las danzas, las voces, el vestuario de cuadros rojos, los abalorios y la grasa encarnada que cubre sus cuerpos-. Luego, los turistas visitan la escuela y descubren que los niños pequeños son también actores. Cantan, gritan "¡jambo, bwana!" (¡hola, señor!), cuentan hasta 20 en inglés y da la impresión de que se hace un uso innecesario de los niños en esta representación compartida. Pero los pequeños parecen contentos con la visita y el guía insiste en que ahí está la generación que, gracias a la cultura, superará las limitaciones e imposiciones de ese modo de vida.

Probablemente se refiere a terribles costumbres de los masai como, poco antes de casarlas, la ablación del clítoris de las niñas a los 12 años (una práctica prohibida por el Gobierno, pero aplicada ampliamente de forma clandestina); el afeitado del pelo de las mujeres casadas para restarles atractivo; el sojuzgamiento de la mujer a través de la poligamia... Son las propias mujeres (y por eso la actitud combativa de la Nobel de la paz 2004, la keniana Wangari Maathai, constituye algo más que un símbolo) las que están intentando acabar con la mutilación genital, que en la Kenia tribal y animista alcanza en algunas zonas el 90%. Y lo hacen a través de asociaciones educacionales como Ntanira na Mugambo (Circuncisión por la palabra), que promueve desde 1996 la preservación de la ceremonia, como rito de paso, pero suprimiendo la agresión física.

Una vez fuera del parque temático en que se ha convertido el poblado (cuya visita no deja por ello de ser recomendable), es el momento de observar a dos jóvenes masai recogiendo el ganado al atardecer (cien, doscientas cabezas de vacuno). O a otro joven masai, rígido y veloz, en bicicleta, vehículo que parece haber sido concebido para su grácil pedaleo. O a un hombre y una mujer masais vestidos a la manera occidental, acompañados por su hijo pequeño: con la misma exquisita delgadez y elegancia, pero ya alejados de ese mundo tradicional que se adivina asfixiante.

3 MASAI MARA

El mundo de los masai se observa desde el coche kilómetro tras kilómetro. Se va extendiendo ante los ojos de los visitantes por las llanuras de Kenia -con decenas de niños saludando al paso de las furgonetas- hasta detenerse en la reserva de Masai Mara. Un destino único. Un espacio purificado por la leyenda, cuya calma de acacias horizontales de espino y suaves colinas inacabables fija la estampa clásica de la sabana.

La reserva está cubierta de hierba fragante de un metro de altura. Es el escenario que precede a una representación prodigiosa, a una de las más extrañas aventuras naturales: la llegada, por estas fechas, de 300.000 cebras, 1,6 millones de ñúes y 500.000 gacelas, como si las arrastrara la marea, con toda una rutilante troupe de depredadores pisándoles los talones, procedentes de las agotadas praderas del vecino Serengueti tanzanés. Vienen buscando hierba fresca y, en su alocada rutina migratoria, desconocen que pueden rodear el río en vez de atravesarlo. En el cauce del Mara les esperan los cocodrilos hambrientos y, cuando cruzan empujados por la avalancha, los turistas asisten desde los costados del río a un ritual de sangre y animalidad que se cuenta entre los más vívidos y crueles de la naturaleza.

Pero faltan unos días para que lleguen al río las primeras cebras desde Tanzania, y en el caudal resoplan tan a gusto los hipopótamos y en las orillas los cocodrilos panzudos toman el sol. Las llanuras invitan al safari fotográfico en el atardecer. Haces de luz caen del cielo por entre las nubes y penetran las copas de las acacias en una atmósfera diáfana. Sólo faltan las cornetas del Día de la Creación. Las furgonetas, los jeeps y algunos camiones adaptados están listos. Los conductores se han dado el aviso. Hay unas robustas leonas con siete cachorros reunidos en una zona arbolada y acuosa. Poco a poco, todos los coches acuden. Embotellamiento en la sabana. Y una voz que, en español, grita a plena voz: "Graba, cariño, por favor". Desde un punto de vista ecológico, el espectáculo resulta lamentable. Ahora son dos guepardos que avanzan con porte soberbio. Más tarde es el leopardo, que ha sido descubierto con una presa sobre un árbol. Una gacela. El felino da cuenta de ella en la copa mientras veinte furgonetas van pasando por debajo del árbol, turnándose para coger sitio, haciendo ruido.

"Hay quien dice que los guepardos han cambiado de costumbre y ya cazan a mediodía, cuando saben que estamos en el hotel", dice uno de los guías. "Es cierto que esto supone estropear la naturaleza", explica Oliver Lugalia, coordinador de safaris. "Pero tenemos mucha presión de los clientes. Se deberían establecer mayores controles para que cada hotel tenga su zona y que no se concentren tantos vehículos de golpe". El viajero británico Wilfred Thesiger se lamentaba en su libro Mis días en Kenia del safari en coche, al percibirlo como totalmente "disociado" de los animales. Pero aun así, hay un punto en el que cede y por el que los safaris así concebidos quedan justificados. Thesiger escribe: "No se puede negar que en coche uno puede situarse infinitamente más cerca de un león".

Fuera de esos momentos de atasco, en las extensísimas praderas del Masai Mara caben todos. Ahora, sin otros vehículos alrededor, es el momento de los respetables avestruces y de las jirafas asomando sus cuellos sobre las acacias como muñecos de un delicado guiñol. Y de los buitres y marabúes devorando los restos de un hipopótamo en una charca. Y de la altanería del águila marcial africana. Un paisaje lleno de vislumbres y espejismos, como escribió Karen Blixen, y donde en el calor del mediodía "el aire oscila y vibra como la cuerda de un violín".

4 LAGO NAKURU

Con su amigo y amante, el piloto y aventurero Denys Finch-Hatton, la escritora tuvo el privilegio de sobrevolar Kenia. A bordo de la avioneta Moth de Finch-Hatton pasaron en vuelo rasante sobre el Natron, un lago azul celeste con miles de flamencos rosados y rojos "como la ramita voladora de un arbusto de adelfas". "Al aproximarnos, se desplegaban en largos círculos y abanicos, como los rayos del sol poniente, como un hábil dibujo chino en seda o porcelana, formándose y cambiando ante nuestra vista". La escena fue recreada por el director Sydney Pollack en la película Memorias de África, donde Meryl Streep daba vida a la autora, y Robert Redford, a su amante. En el lago Nakuru, centro de un parque nacional que es uno de los grandes favoritos de los viajeros del planeta, se llegan a concentrar hasta 800.000 flamencos, la mayor densidad de entre todos los lagos alcalinos del gran valle del Rift. Al atardecer, el agua es un brebaje plateado y centelleante. Y en las orillas poco profundas se extiende como si fuera un hilo la mancha delicada de los flamencos. Segando con sus picos bajo el agua la dieta de unas algas que acabarán tiñendo su plumaje de ese tono sorpresa, quietos o en movimiento, andando a cómicas zancadas o creando filigranas con el movimiento de sus cuellos inverosímiles, a esa visión se añade un interminable y sordo chachareo que se mezcla con unos silbidos en un tono alto, como si hubiera guardias de estación que anunciaran el despegue de las bandadas.

Los minutos vuelan en esa contemplación musical y opulenta. Pero al visitante le esperan otras maravillas en Nakuru: una línea de pelícanos enfilando las corrientes de aire en ondas verticales; algunas de las hasta cuatrocientas especies de pájaros que se citan en la zona (garzas, orioles, estorninos...); y los bosques de euphorbias, plantas leñosas de la familia de los cactus con forma de gigantesco candelabro, que sirven de fondo al paseo diurno de los rinocerontes blancos mientras pacen.

El rinoceronte es el mayor mamífero terrestre después del elefante (aunque el hipopótamo pese más), y sólo tiene un enemigo: los cazadores que lo pusieron en peligro de extinción. Los ejemplares de este parque proceden del sur de África y su presencia constituye un tesoro. Nadie que vaya a Kenia debe perderse el lago Nakuru, "el espectáculo de aves más fabuloso del mundo", según el ornitólogo neoyorquino fallecido en 1996 Roger Tory Peterson, uno de los estudiosos que más contribuyeron a que se declarase parque nacional. Cerca del lago Nakuru, en el lago Naivasha, el asesinato el pasado enero de la veterana ecologista Joan Root pone al descubierto la fragilidad de estos ecosistemas frente a la presión y la codicia humanas.

5 NAIROBI

Termina el safari en Nairobi (Nairobbery, según una definición que juega con la palabra robo en inglés), una ciudad tan peligrosa como fascinante. Su soberbia arquitectura funcional se mantiene fresca con el tiempo (es anterior a la independencia del Reino Unido, el 12 de diciembre de 1963, con brillantes edificios oficiales y de oficinas, una arquitectura que contrasta con la banalidad de las nuevas torres de espejos cromados que afean el perfil urbano). Además, Nairobi ofrece generosa a sus visitantes su insólito privilegio: un parque nacional a las puertas. Jirafas con los edificios recortándose tras sus cuellos. Y leones o rinocerontes. Una rareza que los movimientos ecologistas luchan por preservar ante la amenaza de la expansión metropolitana. Aparece de nuevo la idea del necesario compromiso medioambiental en un país con amenazas al entorno tan inesperadas como las bolsas de plástico de escaso gramaje. Omnipresentes en la tierra de los alrededores de ciudades y pueblos, la Nobel Wangari Maathai alertó sobre el problema por cuanto las bolsas sirven de nido a los mosquitos de la malaria. Y pueden tardar mil años en biodegradarse.

En Nairobi hay lugares para dar de comer a las jirafas (el Langata Giraffe Centre), y un restaurante, Carnívoro, donde la suculenta carne de cocodrilo figura en el menú. Pero pocos placeres como tomar un aperitivo en el Norfolk, el hotel colonial de la época de Karen Blixen, y visitar la casa de la escritora. Hoy ya no es la granja al pie de las colinas de Ngong, como en la frase con la que comienza Memorias de África, sino una elegante construcción en medio de un barrio de las afueras. El jardín y los confortables interiores trasladan a la sabana una desnudez y luminosidad de esencia nórdica. En la tienda de la casa-museo venden ejemplares del libro. Kenia tuvo la suerte de contar con una cronista excepcional. Hay algo de prodigioso en muchas de las imágenes creadas por Karen Blixen (que firmó el texto con el seudónimo de Isak Dinesen en 1937). Como cuando escribe: "Las praderas siempre tienen algo de marino. Los horizontes abiertos recuerdan el mar y las largas playas marinas. El viento vagabundo es el mismo, la hierba chamuscada tiene un olor marino y cuando crece corre en oleadas sobre la tierra".

Miembros de una de las 54 familias de elefantes del parque nacional de Amboseli, en Kenia. La reserva alberga unos 1.300 paquidermos, cuyo desarrollo (con ejemplares de hasta 60 años) es seguido uno a uno.
Miembros de una de las 54 familias de elefantes del parque nacional de Amboseli, en Kenia. La reserva alberga unos 1.300 paquidermos, cuyo desarrollo (con ejemplares de hasta 60 años) es seguido uno a uno.SANTOS CIRILO
Los turistas llegan al poblado masai del parque nacional de Amboseli, en las faldas del Kilimanjaro, donde son recibidos por algunos de los guerreros.
Los turistas llegan al poblado masai del parque nacional de Amboseli, en las faldas del Kilimanjaro, donde son recibidos por algunos de los guerreros.SANTOS CIRILO
Cientos de miles de flamencos se concentran en las orillas del lago Nakuru, uno de los  lugares más fascinantes del mundo para ver aves.
Cientos de miles de flamencos se concentran en las orillas del lago Nakuru, uno de los lugares más fascinantes del mundo para ver aves.SANTOS CIRILO

GUÍA PRÁCTICA

EL SECTOR TURÍSTICO es cada vez más pujante en Kenia y se beneficia de la estabilidad política y el auge económico. El país recibe a un millón de visitantes al año -la mayoría británicos y alemanes-, y unos 12.000 españoles. El turismo emplea a más de 500.000 personas contando los puestos indirectos, y se acerca en ingresos a la agricultura.CÓMO IRDesde el pasado 4 de julio, y hasta el 31 de octubre, la compañía Iberworld opera un vuelo directo a Nairobi (ocho horas) con salida los martes por la noche desde Madrid y regreso los miércoles desde Nairobi y Zanzíbar. Nobel Tours e Iberojet lo ofrecen en viajes de 9 y 16 días que combinan los safaris con estancias en las playas de Zanzíbar y Mombasa desde 1.339 y 2.138 euros (más tasas) por persona. En agencias.- Nobel Tours (www.nobel-tours.com).- Iberojet (www.iberojet.com).

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