Holocausto
UNA DE cal y otra de arena, pero para denunciar la fragua del mortero devastador del nihilismo en nuestra cultura contemporánea. Así, en principio, habría que describir el ensayo del escritor polaco Stanislaw Lem (Lvov, 1923), titulado Provocación (Funambulista), en el que se incluye dos largas recensiones de sendos libros imaginarios: el primero de ellos, por completo trágico, lo habría escrito un supuesto profesor alemán, Horst Aspernicus, y, editado en Göttinga el año 1980, porta el elocuente título de Der Völkermord, El genocidio; el segundo, más bien cómico, tendría como autores a unos tales J. Johnson y S. Johnson, y se titula One Human Minute, Un minuto humano, con el sello de Moon Publishers, Londres-Nueva York, 1985. Aparentemente antitéticos en el fondo y en la forma, como ha de serlo una honda reflexión sobre el Holocausto judío y un repaso estadístico sobre lo que le pasa al hombre actual en todo el mundo durante un mismo minuto, los dos ensayos recensionados, veras y bromas, apuntan a una misma desolación.
De lo que nos informa Lem acerca del ensayo de Aspernicus es que éste no se conforma con las explicaciones dadas hasta ahora por especialistas en el nazismo, porque, según él, no se ha estudiado bastante la historia y el significado del afán humano por la matanza masiva de sus congéneres, un afán, por cierto, inveterado. La evolución histórica del genocidio para Aspernicus tendría un antes y un después del cristianismo, porque éste abolió la matanza como un hecho práctico -el de que no hubiera supervivientes capaces de reponerse y vengarse- y exigió una matanza justificada; esto es: sólo para erradicar el mal y sus culpables. Pero ¿qué ocurrió, se pregunta Aspernicus, cuando el secularizado mundo contemporáneo suprimió cualquier instancia trascendente y, por tanto, arrebató todo sentido a la muerte, que ya no era sino un vergonzoso acabamiento íntimo? ¿Qué pasó, en efecto, cuando se mató a la muerte, en el sentido de marginarla por ser lo único inasumible en nuestra progresista civilización? Como lo que afirmó Freud sobre la vuelta violenta de lo reprimido, Aspernicus está convencido de que el Holocausto fue el resultado de la trivialización del viejo mito de la culpa, pero ahora aplicado a la matanza del pueblo judío, no tanto por motivos racistas, sino por encarnar este pueblo elegido el Mal; esto es: la contraposición del Bien, que pretendía ser el pueblo ario. Más: los nazis, que basaban su ética en la mentira y su estética en el kitsch, construyeron un régimen pop y signaron el futuro humano con la épica del terrorismo, que sirve para un roto como para un descosido, siempre que produzca la dosis de matanza suficiente tras localizar dónde sea el correspondiente Mal absoluto.
La aportación de Johnson & Johnson al evaluar, mediante una aplicación indiscriminada del método estadístico, qué ocurre durante un minuto humano, no es menos ambiciosa, ni tampoco menos delirante. Estos animosos científicos, de la estirpe de Bouvard y Pécuchet, calculan, entre otras muchas variables, cuántos litros de sangre o de semen son bombeados por los hombres en un minuto, llevando sus cálculos por doquier salvo en lo fundamental, que no es la mecánica biológica, sino el sentido de la existencia. Volviendo al atribulado Aspernicus, éste afirma, en un momento de su reflexión, que hay que adentrarse en la zona aterradora del nazismo, "no tanto por la memoria de las víctimas como por respeto a los vivos", entre otras cosas, porque somos nosotros los que podemos seguir matando.
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