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Columna
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La gran noria

Es una ciudad grande, aunque no está nada claro que sea una gran ciudad. En cualquier caso, Valencia tiene un concejal de grandes proyectos. Lo que implica que los otros ediles lo son de pequeños o, como mucho, medianos asuntos. El concejal en cuestión, sin duda un primus inter pares, se llama Alfonso Grau y dicen los que saben de la cosa municipal que, más allá de su condición de primer teniente de alcalde, es él quien gobierna un ayuntamiento en el que reina Rita Barberá. La semana pasada el superconcejal hizo un balance sobre el estado de las obras más importantes de la ciudad y realizó un anunció a bombo y platillo. Valencia tendrá una gran noria, que coronará el inconcluso parque de cabecera. Pero no será una noria cualquiera, faltaría más. Será más alta que la de Sevilla, anunció el concejal, quien no se privó de compararla, nada más ni nada menos, que con la de Londres y con la de Viena.

La gigantesca noria sustituirá, se supone, a otro proyecto singular que nuestros gobernantes querían instalar en el mismo lugar, la llamada Esfera Armilar, diseñada por Rafael Trenor. Esta enorme bola, de no menos abultado presupuesto, es un extraño capricho que "compró" para la ciudad Francisco Camps en su época de concejal. Hace décadas que va rodando de despacho en despacho sin que nunca acabe de cuajar y la última ocurrencia de Barberá es que presida el Parque Central, por lo que todo hace pensar que la cosa aún va para largo.

La noria gigante, que dicen será igual a una que se va a montar en Las Vegas, costará 12 millones de euros, tendrá una altura de ochenta metros y entrará en funcionamiento a finales de 2007. La concejala de Esquerra Unida María Victoria González ya le ha puesto alguna pega. Es, dice, una cortina de humo para ocultar el retraso del parque de cabecera, que gestiona la empresa concesionaria Rain Forest y que ya tendría que estar inaugurado. Una opinión similar ha manifestado el portavoz municipal del PSPV-PSOE, Rafael Rubio, para quien el anuncio es "una serpiente de verano".

El asunto es que con la noria gigante estamos ante un nuevo proyecto singular, de esos a los que tan aficionados son los dirigentes del Partido Popular. A los políticos del PP les dicen que una cosa es singular y les parece lo mejor... sobre todo si tiene alguna relación con el sector de la construcción. Véase si no el proyecto del Ágora de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, la penúltima oferta singular de Santiago Calatrava. Una construcción que aunque nadie sepa muy bien para qué sirve y se intuya que costará un Potosí -más otro medio del habitual sobrecoste- goza de prioridad presupuestaria. La singularidad gestora del PP tiene estas cosas. Una instalación de feria se convierte en el emblema de la gestión pública. No es nada nuevo, Terra Mítica fue el primer gran proyecto del PP y así les luce. Ahora, al final del ciclo político del PP, la feria de las vanidades, la cultura del fasto, lo impregna todo como se ha visto con la visita del Papa. Y la rueda sigue dando vueltas sin que en los barrios se ejecuten esas otras obras, las no singulares, las que debieran ser regulares, porque afectan al ciudadano común. Cosas que tendrían que ser normales, como las pequeñas zonas verdes, las instalaciones deportivas, las bibliotecas, o un buen transporte público. O como esas 9.000 viviendas de protección oficial que al comienzo de la legislatura se comprometió a poner en el mercado Rita Barberá y de las que a fecha de hoy, según informaba ayer este periódico, apenas ha otorgado licencia para construir 600. No serán grandes proyectos, como la increíble conversión de la avenida del Puerto en una autovía, pero son los que hacen habitable una ciudad.

Lo cual no quita para que a quien más y quien menos nos gusten las norias. Será por la película El tercer hombre y la noria del Prater de Viena, la del inmortal diálogo entre Rollo Martins (Joseph Cotten) y Harry Lime (Orson Welles). Será simplemente porque las norias tienen un aire romántico. Transmiten añoranza y nos suben al tiempo de la infancia. Será porque la noria es un lugar diferente desde el que ver la ciudad y como en el cine, para verla en movimiento. También porque intuimos que puede ser el punto de encuentro para una cita sentimental suspendida en el aire. Y es que la noria como metáfora de la existencia humana da para mucho. Machado nos hablaba de otra noria, la del mulo, imagen de la eterna rueda, símbolo del paso del tiempo. Y en esas estamos, en la pequeña noria de cada día.

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