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DESDE MI SILLÍN | TOUR 2006 | Una edición apasionante
Columna
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París, siempre París

Mientras suena un sonido metálico, se apaga en el techo una lucecita con el macho y la hembra de un cinturón de seguridad unidos por una flecha roja. La maniobra de despegue ha terminado. Pueden soltarse el cinturón y utilizar -si quieren- sus aparatos electrónicos hasta que comencemos el descenso. Voy camino de Francfort, sobrevolamos tierras de la antigua Alemania comunista y escribo desde las nubes. Justo antes de embarcar he podido ver el sprint de los Campos Elíseos, el más bello de todos los escenarios. Por cierto, la imagen del sprint desde una moto que avanzaba en paralelo a los protagonistas ha sido soberbia.

Para escribir desde las nubes hay que estar en ellas; yo más bien estoy entre ellas, y muy temporalmente. Desde las nubes podrá escribir hoy Landis, si es que le apetece, que no creo. Bastante tendrá con otras cosas.

Aunque bien mirado, no hay ni uno de los que hoy ha terminado el Tour en París que no tenga su propia nube. Claro que como en todo, hay grados. Hay nubes altas y bajas. Nubes altas, como la de Hushovd, que empieza el Tour ganando y lo termina idem. Como la de Rasmussen y McEwen, con sus respectivos maillots de colorines, objetivos cumplidos. O como las de los integrantes del podio. O como las de otros que vinieron al Tour a hacer algo, y se marchan habiéndolo hecho.

Y también hay nubes bajas, que son todas las demás. Las de los que no han ganado nada, los que se han dedicado a llegar y poco más, a hacer bulto. Estos son los que respiran más aliviados, por fin esto se ha terminado.

La tradición manda que todos los corredores darán una vuelta triunfal a los Campos Elíseos; subida y bajada hasta el Arco del Triunfo. El que ha estado allí alguna vez nunca lo olvidará. Yo he estado, y recuerdo casi cada pedalada. La gente, que abarrota el circuito, aplaude, no sabes si a tí, a otros, pero eso a ti te da bastante igual. Allí tú te sientes vencedor. Sólo tú sabes todo lo que ha costado.

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