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Reportaje:

El verdadero rostro de Constanze

Una foto de la esposa de Mozart reaviva el interés por su figura vapuleada

Jesús Ruiz Mantilla

Hay dos tipos de figuras en la historia. Las que fomentan su misterio como Mona Lisa a través de retratos pintados y las que han pasado a la lista con la justicia poco esquiva de las fotografías. Hasta esta semana, Constanze Weber, la mujer de Mozart, había formado parte del primer grupo. Pero una fotografía en la que aparece ella en 1840 en la ciudad alemana de Altoetting -cuyo archivo municipal ha cedido la imagen- con casi 80 años, acompañada del compositor Max Keller y su familia, la ha recolocado a medio camino entre esas dos dimensiones iconográficas.

Mozart había muerto 50 años antes, en 1791, víctima de una enfermedad a la que se ha rodeado después de teorías alucinógenas. A su lado, en su etapa final, siempre estuvo Constanze, con la que tuvo seis hijos, de los cuales sólo sobrevivieron dos, Franz Xaver y Karl Thomas. Ella pasó a la historia como un personaje maltratado sin que haya conseguido definitivamente deshacerse de la increíble mala fama que le plantó encima su suegro, Leopold Mozart, y que muchos biógrafos han secundado después injustamente.

El violinista de Salzburgo, cuya mejor obra en vida fue sin duda su hijo, la detestaba tanto que nunca la admitió como miembro de la familia. Ni siquiera los intentos de su hija Anna Maria, Nannerl, le convencieron y jamás mostró cariño por sus nietos, según relata el biógrafo Peter Gay.

No hay que hacer grandes esfuerzos para imaginar su reacción cuando recibió la carta en la que Wolfgang le comunicaba que se casarían. El músico había estado enamorado de su hermana Aloysia, que era cantante y le despreció. Ambas eran hijas de un bajo de la corte que vio en la relación un chollo del que se podría aprovechar. Los que pensaban que las cartas de pago por ruptura de compromiso son cosa de Catherine Zeta-Jones y Michael Douglas se sorprenderían de los términos en los que ya la familia Weber quería obligar a Mozart a firmar una. Se hubiera visto abocado a pagar 300 florines anuales en caso de romper el noviazgo, un documento que finalmente Constanze destruyó delante de él. "Me basta con tu palabra", le dijo.

No hay duda de que los dos estaban muy enamorados. Incluso el músico llegó a sentir una relación de "fijación y dependencia ciega" por ella, según sostiene Wolfgang Hildesheimer en su magistral Mozart (Destino). Pero son demasiados los que mantienen que ella no era más que una muñeca sexual, frívola, alcohólica -Mozart le reconoció por carta a su padre que bebía demasiado para lo que se esperaba de una mujer-, infiel incluso, aunque el otro tampoco era manco, y que empujó al músico a una vida disoluta. Su pasión llegó hasta el punto, según cuenta Robbins Landon en su libro 1791, el último año de Mozart (Siruela), de meterse en la cama de su marido para contraer la misma enfermedad que lo mató porque no quería seguir viviendo sin él. El genio murió joven, con deudas extremas, y Constanze tuvo que luchar por su legado y por el futuro de sus hijos. El odio y la envidia que habían desatado su talento más que galáctico en la música había envenenado hasta la visión que de él tenía el emperador. A Constanze le costó convencerle para que le asignara una pensión -que finalmente le otorgó Francisco, el sucesor de Leopoldo II-. Pero fue la obra del músico la que le salvó en su mayor parte. Constanze, además, se encargó de promocionar sus piezas más desconocidas para rescatarlas del olvido.

Constanze Weber, izquierda,  junto al compositor Max Keller y su familia.
Constanze Weber, izquierda, junto al compositor Max Keller y su familia.ARCHIVO DE ALTOETTING
Grabado de Constanze Weber.
Grabado de Constanze Weber.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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