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Columna
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Por Dios

Manuel Rivas

El verano traía el buen humor, esa libertad de palabra, y a veces, en la boca de la noche, los mayores se sentaban a la puerta de una casa o bajo una parra y contaban, insertos en otras historias más largas, chistes verdes que los pequeños reíamos en la penumbra con un nerviosismo colorado. En alguna ocasión, aparecía Dios. En los chistes. Recuerdo uno de un sacerdote que se quejaba ante el Señor por no haber hecho un milagro para salvarlo de perecer en una inundación. Y Dios le explicaba con paciencia: "Hombre, te envié un flotador, te envié una lancha, te envié un helicóptero... ¿Qué más milagro querías?". En otro chiste, una señora se ponía a rezar ante las pavorosas llamas de un incendio: "¡Qué venga Dios!". Y otra que acarreaba cubos de agua, apostilló: "¡Qué venga con una manguera de bomberos!".

Vuelve a hablarse del silencio de Dios. La novedad en estos tiempos es que la aparente quietud divina ante el sufrimiento humano, prolongación de su inacción ante la llamada desgarrada de Cristo crucificado ("¿Por qué me has abandonado?"), no es una pulla agnóstica, sino que viene siendo un motivo recurrente en reflexiones pastorales de la más alta jerarquía católica. El arzobispo de Valencia, en su homilía del funeral por las víctimas del Metro, se preguntó: "¿Dónde estaba Dios en ese momento?". Una emulación del estremecedor interrogante que lanzó el Papa en su reciente viaje al campo de concentración nazi de Auschwitz: "¿Por qué, Señor, has tolerado esto?".

Confieso mi perplejidad. Lo que podía ser una sonda de hondo calado teológico para comprometerse con la humanidad doliente, se formula, al contrario, al margen de la cuestión central del libre albedrío y de la responsabilidad de la obra humana (¿quiénes construyeron Auschwitz?, ¿quiénes fueron sus cómplices históricos?) y parece expresar la añoranza pueril por un monoteísmo totalizador. Patético chiste el hablar del silencio de Dios y olvidar los silencios terrenales de la Iglesia oficial, más preocupada por el top less que por las causas del cambio climático, y que mantiene en asuntos como la prevención del sida una posición indolente que clama al cielo. ¡Pobre Dios! Si baja, que traiga una manguera con agua limpia.

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