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OTRA MIRADA | Alemania 2006
Columna
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Una buena medicina

David Trueba

Si fuéramos a la farmacia a pedir una buena medicina contra nuestra gilipollez y nuestros prejuicios futbolísticos, seguramente no habría mejor receta que una final del Mundial entre Francia e Italia. Ambos equipos representan para nosotros una especie de bestia negra, entre vecina y atravesada, que ya va siendo hora de que nos apliquemos en plan curación por efecto de choque. Una mirada atenta y con gafas de cristal antirresentimiento quizá nos ayudara.

De Francia hay poco que añadir. Ahora sabemos que La Marsellesa no se silba, eso cualquiera que haya visto Casablanca no lo ignora, lo cual habla muy mal de nuestro conocimiento cinematográfico. La cultura no siempre es un fardo sobrante como nos hacen creer a diario. A Zidane lo ha jubilado el hastío de un equipo en declive, declive que es posible que se iniciara el día en que Makelele se fue de su casa blanca llevándose el pulmón. Son un monumento al mestizaje y les ha salido bien la mezcla de calma inteligente y defensa acorazada. Cumplió con dos ritos complicados: uno, eliminarnos con justicia en octavos, sin alimentar nuestro zurrón de excusas y agravios sino mostrándonos un camino de futuro; dos, eliminar a Brasil después de años de mal fútbol, simpatía garantizada y tremendos jugadores.

Pero es Italia la que ha enamorado en este Mundial de Alemania. Al menos a mí. Vienen de desberlusconizar su liga de fútbol, del lodazal de amaños y trampas. Jugaban quizá por su dignidad. Y han triunfado sin traicionarse. Pero elevando a la categoría de hermosas sus inclinaciones habituales. Se han puesto a jugar al fútbol con velocidad e ingenio. Han inventado penaltis y marrullerías cuando tocaba, pero lo han hecho con arte. Y cuando sonó la hora de lanzarse en tromba para evitar la tanda de penaltis de los tiradores alemanes, también pusieron el balón en el césped y lo hicieron correr en una semifinal maravillosa.

Ya es hora de que nos quitemos de encima la nariz rota de Luis Enrique, la rivalidad entre clubes, la estética fobia a sus chulazos engominados y celebremos con ellos el oasis que han significado estos días donde fueron capaces de traicionar a su cerrojazo y su resultadismo, a la lacra de sus entrenadores sobrevalorados, y sacaron lo mejor de su repertorio. No tienen a un genio como Roberto Baggio, pero jugaron sabiendo que cada eliminatoria que superaban era un día más lejos de los juzgados, la chirona, el descenso automático y la renegociación de contratos.

Qué más da lo que pase el domingo. Se acabará el Mundial y nos quedará el vacío que acompaña siempre a nuestra obsesión por lo absurdo. Pero tenemos medicina. Es un Francia-Italia. A los que les guste el fútbol en España, que no sean bobos, hay que tragarse la dosis por prescripción facultativa. Y a mejorarse.

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