"He convivido 10 años con el Alzheimer"
"Nadie sabe la carga que he soportado". Josefina Álvarez, con 68 años "y cuatro días", sabe desde hace 10 que su marido padece Alzheimer. Cuenta que a José, al principio de su enfermedad, le costaba admitir que se le olvidaban las cosas y se ponía agresivo. Pero con el tiempo las cosas fueron a peor.
Después de pasarse toda la vida trabajando como tapicero -"De los buenos, porque tiene mucho gusto", apostilla Josefina-, la salud de José, que ahora tiene 77 años, se fue deteriorando progresivamente. Y con ella, la de Josefina. "Tenía que dedicarme a él las 24 horas del día; un día tuvo alucinaciones y no dejó de hablar desde las siete de la tarde hasta las nueve de la noche del día siguiente", cuenta con un deje cordobés que no ha perdido a pesar de los más de 40 años que lleva en la capital.
Josefina, con la ayuda de sus dos hijos, decidió buscar una solución. Intentaron ingresar a José en una residencia de la Comunidad de Madrid. Tras meses de espera, y cuando más cerca veían la plaza, la herencia de un piso compartido con dos hermanos hizo que su solicitud bajara puntos en los baremos de la Comunidad. Josefina se desplomó entonces.
"No tenía ganas de nada, quería morirme", asegura. El 1 de mayo, José entró en un centro privado por el que su familia pagaba 1.600 euros mensuales. Tres meses más tarde, gracias a la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer, (Afal) encontraron otra con una tarifa más moderada: en torno a los 1.000 euros. A pesar de la reducción, todavía es demasiado dinero para Josefina. "Hemos pedido un crédito para pagarlo", cuenta mientras ayuda a José a tomarse una tostada en una terraza cercana a la residencia. Dos o tres veces a la semana va a visitar a su marido, y reconoce que hasta hace un mes no ha empezado a disfrutar de la tranquilidad que le da saber que no se tiene que ocupar de él a todas horas. A José todavía le queda la lucidez necesaria para murmurar unas palabras sobre los toros y la poesía, dos de las pasiones de su vida.
Josefina cuenta con una sonrisa las vicisitudes que ha pasado con la enfermedad de su marido y la operación de oído a la que se sometió hace una semana. Su voz sólo tiembla cuando piensa en el futuro: "La asociación del Alzheimer negoció con la residencia un precio bajo a cambio de que José se quedara solamente un año". ¿Y después? ¿Cree que conseguirá una plaza en un centro público? "No lo sé", responde. "Para dormir tranquila, prefiero no pensar en eso; no me quiero ni imaginar su vuelta a casa".
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