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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cicatriz

No hay cicatriz que pueda con tu herida, escribió el poeta, y ése es el desconsuelo de los aficionados. Porque esta vez ni siquiera tienen un culpable claro (el árbitro o el seleccionador, el fallo del portero o el del que lanzó el penalti), a quien hacer cargar con la derrota. España fue de más a menos en el Mundial y también en el partido de la eliminación, frente a Francia. Fue un joven de 23 años con la cara marcada por una gran cicatriz suburbial, Ribéry, quien desestabilizó a los nuestros, y un veterano de 34, Zidane, quien los remató. Frente a ellos, los jugadores españoles parecieron a la vez demasiado rutinarios y algo bisoños. Jugar al toque, según el estilo del Barcelona de Cruyff, implica una velocidad de circulación que descoloque al contrario y abra huecos. Los hubo frente a Ucrania pero no contra los galos. Un síntoma preocupante es que de los nueve goles marcados por la selección, seis lo han sido en jugadas a balón parado.

Para el recuerdo queda el gol de Torres tras el jugadón de Puyol contra Ucrania, y para la esperanza, los detalles de Cesc, 19 años y toda una carrera por delante. Como novedad queda la identificación entusiasta de la gente con la selección, comparable por primera vez a la suscitada por los equipos de club. Y como alivio, la ciencia estadística: cuatro de las seis selecciones europeas que han pasado a cuartos corresponden a los países más ricos y poblados de la UE, que son a su vez los únicos del continente que han sido campeones del mundo alguna vez. También lo han sido los otros dos que han pasado, Brasil y Argentina, las dos naciones más grandes y pobladas de Suramérica. La solución, por tanto, tal vez venga de la inmigración, la natalidad y el aumento del PIB.

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