Guerra de metáforas
A los norteamericanos no les gusta esa metáfora guerrera que los europeos utilizamos para contar el fútbol. Al menos es lo que dijo ayer Jon Steward en su Daily Show, de la cadena de cable Comedy Central. "No entendemos ni nos gusta que los partidos del Mundial se cuenten como crónicas bélicas entre naciones aliadas". Y concluyó: "En los EE UU puede llegar a funcionar el fútbol, o.k, pero no funcionan las metáforas de guerra por la sencilla razón de que nosotros no necesitamos metáforas para hacer la guerra".
Jon Steward es el Buenafuente norteamericano y también mataría por un buen gag, pero sus colegas nocturnos de show, Letterman y Leno, también se han pasado esta segunda semana del Mundial cachondeándose del fútbol en general y del curioso aparato metafórico que utilizamos para contar nuestras emociones deportivas. Y si queremos que los EE UU por fin formen parte de la globalización, que acepten el fútbol como su tercera o cuarta pasión nacional, habrá que cambiar de metáfora para integrarlos en el sistema.
Es cierto que las patrióticas metáforas de guerra son un desastre y no le hacen ningún favor al fútbol, como aquí ocurrió con aquellas pelmazas y facilonas metáforas políticas e ideológicas de exclusivo uso casero y que, gracias a Dios y a la nueva generación de redactores-jefe de Deportes, han sido superadas, al menos en las crónicas escritas. Pero los gag-man norteamericanos deberían apreciar nuestros esfuerzos, euro-esfuerzos, en la industria mediática por reconvertir la vieja metáfora futbolera que sólo echaba humos antiguos y beligerantes. Les presento la nueva metáfora dominante en este Mundial, esta vez literaria.
Los partidos de fútbol ya no se pelean sino que se leen. Ya no se cuentan como duelos fronterizos e ideológicos de western sino que se interpretan semióticamente como grandes o pequeños relatos. Han dejado de traficar con las enormes pasiones políticas internas y ahora sólo tratan de ser metáforas minimalistas y geométricas de lo que ocurre en el mítico y muy sobrevalorado centro del campo. Lo importante ahora es saber leer y descodificar el partido. Por ejemplo, antes de la catástrofe del martes en Hannover, Luis justificaba a Cesc, Xavi, Alonso y su inmenso, juvenil e inútil centro del campo porque sus chicos sabían leer los partidos. Pero a los pocos instantes de la catástrofe, Luis, que no es precisamente un semiótico a la boloñesa, tipo Umberto Eco, se quejaba en el vestuario de nuestro muy adolescente y famoso centrocampismo por su analfabetismo: no habían sabido leer el partido.
La segunda metáfora del Mundial es la metáfora en psi menor. Está científicamente demostrado, al margen de las muy intransitivas tácticas centrocampistas del doce de Hortaleza, que nuestro once, ante todo, es un ser colectivo sometido a las leyes de la psicología, el psicodrama y el psicoanalisis freudiano. Pues bien, por culpa de nuestra juvenil ansiedad centrocampista tampoco hemos sabido estar a la nueva altura metafórica. No supimos leer el partido y nunca adivinamos por donde podían atacarnos los jubilados franceses.
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