El distinto sino de los capitanes
Raúl fue un jugador complementario mientras Zidane vislumbra un adiós con grandeza
Fue un encuentro tenso. Cuando Raúl y Zidane se toparon en el túnel de vestuarios no celebraron la coincidencia. Ni fue una sorpresa ni tuvieron mucho que decirse. Cinco años de convivencia en el Madrid no han sido suficientes para que estos dos hombres traben una relación de amistad. En otros 20 años tampoco harían un gran progreso, a juzgar por el vocabulario gestual que mostraron al verse cara a cara en el estadio de Baja Sajonia unos minutos antes del partido. Raúl, con la banda de capitán de España, y Zidane, con el emblema de la capitanía de Francia. El madrileño, de 29 años, vislumbrando el último trayecto de su carrera. El francés, de 34, ante los que podían ser sus últimos minutos como profesional. La ocasión era grave. Pero ninguno se mostró emocionado ante la aparición del otro. Les esperaba uno de los partidos más dramáticos del Mundial.
Ambos se encontraron en el túnel de vestuarios y no tuvieron nada que decirse
Ante la hilera de camisetas francesas Raúl procuró distraerse y miró a la niña que llevaba cogida de la mano. Era su acompañante particular en la presentación protocolaria de los equipos. La niña estaba a otra cosa, y Zidane tampoco le prestó atención. Pasaron un par de minutos. El aire se condensó. Desde la cancha bajó una brisa fresca de gritos y humedad. Y eso fue todo. Literalmente. A los 50 minutos Raúl emprendió el regreso al banquillo con su habitual semblante de madera. El seleccionador, Luis Aragonés, decidió cambiarlo por Luis García. No se saben los argumentos del técnico. Pero Raúl, que había manifestado estar "mejor que nunca" reclamando un puesto en el equipo, no dio ni un pase que facilitase la definición a sus compañeros del ataque. Tampoco él remató nunca entre los tres palos. En el mejor de los casos fue un jugador complementario.
Hacía mucho tiempo que la afición española no se manifestaba con tanto fervor. Los anillos del estadio se cubrieron de banderas de Elche, Aluche, Bilbao, Barcelona, Ontinyent, Melilla, León. "¡El que no bote gabacho es!", gritaban. El repertorio no cambió mucho. Sólo la intensidad. El público tuvo mérito, porque lo que se vio en el campo fue un intento frustrante de llegar a posiciones de disparo. España no lo consiguió casi nunca. Sus delanteros estaban demasiado desasistidos. El centro del campo, fuera de la zona donde hace daño, medio desactivado por la presencia colosal de Makelele, Zidane y Vieira. Sobre todo el gigante Vieira al que se le daba por perdido.
El centrocampista del Juventus se ha reconstituido. Después de un arranque de campeonato con síntomas de decrepitud, el hombre parece otro. Sus articulaciones rotan con agilidad, ha ganado velocidad y aplomo. Hubo un momento del partido en el que llegó a encararse con Luis Aragonés. Sucedió tras un choque con Torres. El técnico dijo algo desde la banda y Vieira lo hizo callar llevándose el índice a los labios. Varias veces. El incidente no pasó a mayores gracias a la intervención del árbitro, Roberto Rosetti.
Sobre el minuto 92, el partido quedó completamente resuelto. Fue por obra de Zinedine Zidane. El francés se metió en el área de Casillas y definió con un tiro a media altura. Con categoría. Su historia en la Copa del Mundo merecía una buena despedida. Un adiós con grandeza que él mismo se ha encargado de prorrogar para desgracia de Raúl.
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