Campo abierto para la música
Que la música es un lenguaje universal es algo tan cierto como que se trata de un material sensible al medio en el que se produce. La convocatoria que realizaba el guitarrista Gerardo Núñez como promotor puede que no ofreciera dudas al iniciado: un encuentro del flamenco con las músicas del mundo se anunciaba con un pianista de jazz, más un cantaor y un tocaor. La interacción entre ambas músicas es terreno bastante cultivado a estas alturas, si además se tratan con el debido respeto y buen hacer. Otra cuestión era el lugar de la cita, un espacio virgen preparado para la ocasión para este propósito. Cualquier idea previa sobre el asunto iba a ser sobrepasada por la contundencia de un entorno hecho de tierra pura y estrellas. Dada su importancia sobre el resultado final nos permitimos describirlo.
Festival Enclave del Sol
Maríano Díaz (piano), Jesús Méndez (cante), Manuel Valencia (guitarra), Pablo Martín (contrabajo), Cepillo (cajón). Cerro Jaranilla (Trebujena), 24 de junio
Cerro Jaranilla es eso, una breve colina cuyas dos faldas ofrecen una visión distinta. Verdes viñedos al oeste y, hacia el este, una vasta extensión cultivada de cereales. Sobre este lado se había horadado una suerte de anfiteatro sobre la tierra caliza. En su parte más baja, se situó el escenario para, siguiendo la enseñanza de los antiguos, aprovechar la acústica natural. Una línea de bombillas circundaba el espacio ofreciendo una imagen cercana a una verbena de antaño.
Ya dentro de las valoraciones artísticas, el pianista de jazz argentino Mariano Díaz fue el encargado de abrir la velada y convocar a los duendes de la noche. Y lo hizo con un ejercicio de piano tan sutil como inspirado. Huyendo del virtuosismo gratuito y enlazando melodías que, de tanto en tanto, hacían un guiño hacia el leit motiv musical del encuentro: la zambra caracolera. El diálogo con el flamenco fluía por corrientes internas aflorando en pequeñas dosis para ir anunciando lo que se avecinaba. Con la presencia de Pablo Martín y Cepillo, ese diálogo se haría más explícito con el concurso de La danza del fuego fatuo de Manuel de Falla.
El cante flamenco, que se habría de ofrecer en un estado puro, llegó así como una continuación natural. Jesús Méndez cantó por derecho y cabalmente, de una forma tan templada como inusual para su insultante juventud. Cantó por soleares ligando de aquí y de allá, recordó a su tía abuela La Paquera al arrancarse por unos fandangos naturales, y transmitió toda la intensidad de unas seguiriyas que se permitió cerrar citando a Enrique El Mellizo. El acompañamiento de Valencia fue propio de la escuela jerezana que representa, lo que es ya decir mucho.
Cantaor y pianista pusieron el colofón a este encuentro de músicas con la interpretación de dos de las zambras más conocidas de Manolo Caracol, La Salvaora y La Niña de Fuego. Y uno se quedó pensando en las muchas posibilidades que puede ofrecer una profundización entre ese estilo tan musical como es la zambra y el jazz.
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