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Crónica:Alemania 2 - Suecia 0 | Alemania 2006
Crónica
Texto informativo con interpretación

Revolución alemana

El equipo de Klinsmann derrota a Suecia en un partido que sirve de mensaje a sus rivales y de bandera para el futuro

Santiago Segurola

Alemania ha declarado la revolución. Se ha levantado contra el viejo sistema de juego que representaba un poder petrificado. Lo ha hecho en medio de las sospechas y las críticas contra Klinsmann, el hombre que ha desafiado a la nomenclatura. El salto es de tal calibre que se puede hablar de refundación del fútbol alemán, sometido a un declive feroz en los últimos años. Los primeros partidos no fueron un brindis al sol. El equipo ha acrecentado las optimistas señales que envió en la fase inicial. Juega con energía y dinamismo, cualidades de toda la vida, pero también con un impensable sentido de la elaboración, con una idea total del fútbol: mucha gente en el ataque, todo el mundo defendiendo, una gran cantidad de centrocampistas gracias a la colaboración de los dos laterales. No son carrileros, desgracia que hizo fortuna en Alemania, sino jugadores inteligentes, con una notable capacidad de asociación. Lahm, el lateral izquierdo, cada día recuerda más la función de Junior en el inolvidable Brasil de España 82. Su participación en el juego es tan constante y de tanta claridad que el equipo despeja todos los caminos hacia el área.

RESULTADO

Alemania 2 - Suecia 0

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Suecia se desplomó en los primeros minutos y sólo tuvo un mérito: no sacó bandera blanca. Cayó con coraje y con un jugador menos durante casi todo el encuentro. Desperdició un penalti que pudo añadir emoción. Pero nunca logró detener a Alemania, que marcó una diferencia abismal.

Klinsmann ha vivido dos años entre críticas de los sectores conservadores. Si fuera por los corifeos del poder, Alemania seguiría instalada en su cerrado mundo, con su fútbol robotizado y sus gastadas ideas, con sus viejos líberos junto al portero, con dos centuriones protegiendo al líbero, con los carrileros dispuestos a tirar centros desde cualquier sitio, con un abnegado medio defensivo para sostener a un equipo lleno de defensas, con una grúa en la delantera para recibir los pelotazos y buscarse la vida con su corpachón. Una propuesta más simple que un cubo, defendida por todos los que hicieron fortuna con el modelo de marras. Detrás de todo eso, la huella dañina del Bayern -el equipo que pretende arruinar cualquier conato de competición en la Bundesliga- y sus gurús. Son Beckenbauer, Hoeness, Rummenigge y la guardia bávara que domina el fútbol en Alemania.

Klinsmann es un hombre de convicciones. "No me importa discutir con Beckenbauer y escuchar sus opiniones, pero no soy de los que dicen amén", dijo recientemente. El seleccionador ha estado casi solo en un combate que se suponía perdido. Se anunció su despido. Se convocó una gabinete de urgencia que, simplemente, significó un nuevo elemento de presión contra él. Se le acusó de incompetente y perezoso. Le atacaron por vivir en California, por contratar a un preparador físico estadounidense, por no actuar como una marioneta de los viejos caciques. Nunca Alemania se había sentido tan deprimida. Llegó al Mundial con la etiqueta de perdedor, sin esperanzas. Ha ocurrido lo contrario. Con un fútbol renovador, en el que las influencias del Barça, el Arsenal y el Milan son evidentes, el equipo es a la vez arrollador y atractivo. Remató 26 veces contra la portería de Suecia en un abrumador ejercicio de fútbol ofensivo, bien construido, coherente, en el que todos los jugadores se sienten importantes. Ya no es la selección que depende de Ballack. Es más, nadie ha salido más beneficiado que Ballack.

Conocedor de su importancia, Ballack tenía todas las prerrogativas de los anteriores caciques. Podía hacer lo que le venía en gana sin comprometerse con el equipo. Era el mejor y tenía derecho de pernada. Se mantuvo en este papel hasta el primer partido. Klinsmann le sacó del equipo porque no estaba en condiciones físicas de disputarlo. Ballack se amotinó, recibió el apoyo mediático y se creyó ganador de la lucha por el poder. Se equivocó. Alemania ganó el primer encuentro con goles y muy buen juego. Ballack ha regresado al equipo, pero en condiciones diferentes. Las que dicta Klinsmann. Lo más notable es que Ballack juega como nunca. Participa en el juego en unas proporciones desconocidas hasta ahora, sin perder de vista su instinto rematador. Y, como juega bien, se beneficia todo el equipo.

Alemania juega con una línea de cuatro defensas, marca en zona, utiliza un sólo medio de corte defensivo y añade numerosos futbolistas a la delantera. Dicho así, no suena especial. Lo interesante es que lo hace con una convicción inesperado. Alemania no duda. No hizo concesiones a Suecia. Se esperaba un duelo igualado por el poderío físico de los dos equipos. No hubo color. Alemania acabó el partido en doce minutos. Podolski marcó los dos goles. Encontró la colaboración de Klose, inesperado pasador en el segundo tanto, tras una excelente jugada colectiva. Suecia se sintió derrotada. Con razón. Tuvo espíritu para combatir, nada más. Alentado por una hinchada cada vez más febril, el equipo alemán jugó su mejor partido en este Mundial. Su mejor partido en muchos años. Un partido que sirve de mensaje a sus rivales y de bandera para el futuro. Será difícil regresar al pasado que defiende la vieja nomenclatura. La revolución ha comenzado.

Podolski, en el centro, es estrujado por sus compañeros tras la consecución del primer gol.
Podolski, en el centro, es estrujado por sus compañeros tras la consecución del primer gol.EFE

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