Sé lo que hiciste el último verano
En la sala Nieva del Valle-Inclán he visto De repente el último verano, de Tennessee Williams, en buena versión de Álvaro del Amo y desigual dirección de José Luis Saiz. Yo tenía la impresión de que esta obra marcó el comienzo del declive de su autor, pero no es exacto: tuvo muy buenas críticas aunque la ausencia de estrellas en su reparto motivó su corta permanencia en cartel. Le quedaban, sin embargo, dos ases en la manga: Dulce pájaro de juventud, un año más tarde, en 1959, dirigida por Kazan, con Paul Newman y Geraldine Page (los críticos la machacaron, pero duró casi un año) y, en 1961, La noche de la iguana, su último triunfo en Broadway, con Bette Davis y Patrick O'Neal; una obra bañada por el bálsamo de la redención, que hacía pensar que el pobre Tennessee había hecho las paces, al fin, con sus numerosos demonios. No fue así, por desgracia: empezó un calvario de casi veinte años durante los cuales, y ésa es la lección, no arrojó la toalla ni dejó de escribir un solo día.
Sobre la obra De repente el último verano, dirigida por José Luis Saiz, en Madrid
Apenas se han estrenado aquí las piezas de ese largo y doloroso periodo. Carlos Gandolfo presentó en el Lliure la estupenda Aviso para embarcaciones pequeñas (un texto que merecería una reposición) el 24 de febrero de 1983, justo el día de la muerte de TW en el hotel Elysée de Nueva York, estúpidamente asfixiado por el tapón de un inhalador. De repente el último verano, escrita en 1958, tras un largo periodo de psicoterapia, supuso una mezcla de exorcismo familiar y autoflagelación salvaje. Su asunto básico es lo que podríamos llamar el "canibalismo emocional", que al final trasciende la pura metáfora. Violet Venable, la madre más terrible de todo su teatro, promete al doctor Cukrowicz una suculenta donación a su hospital si lobotomiza a su sobrina, Catherine Holly, para que no revele el secreto de la muerte de su hijo, el poeta Sebastian Venable.
La biografía del dramaturgo ofrece algunas claves del drama: en 1943, su hermana Rose Williams sufrió una lobotomía prefrontal, con el consentimiento de Edwina, su madre, tras largos años de trastornos mentales. Pero TW reserva los peores latigazos para su propia contrafigura, el inmaculado Sebastian, un devorador de jovencitos, atraídos por Violet y/o Catherine, que acaba (literalmente) devorado por una horda de chiquillos hambrientos "en una playa española que llevaba su nombre". (Todo parece apuntar a los baños de San Sebastián, cercanos entonces a las chabolas del Somorrostro, en Barcelona, ciudad que Williams conocía bien). En su eterna mezcla de coraje y masoquismo, el dramaturgo se presenta como pederasta voraz, y el perfil de Sebastian como "autor de un poema anual" dice mucho de su bajísima autoestima literaria. A casi medio siglo de su estreno, Tenn no reaviva el brillo: De repente... se perfila como el puro paradigma del "Gótico Sureño", abigarrado y excesivo. Yo diría que el montaje de Saiz supone el estreno absoluto en España del texto completo, aunque en 1974 José Carlos Plaza dirigió en el TEI de Magallanes una adaptación de Layton (Súbitamente, el último verano) tras una larga batalla con la censura franquista. Digo lo del "texto completo" porque Plaza, con sabio criterio, redujo el drama a sus tres personajes principales, interpretados por Paca Ojea, Enriqueta Carballeira y Joaquín Hinojosa.
No sé si José Luis Saiz vio aquel espectáculo, con el que el suyo mantiene más de un punto en común: la abstracción escenográfica, la predominancia del blanco, la música casi experimental. Es muy fácil enmendarle la plana a un escritor a trabajo hecho, pero la obra podía haberse quedado en la batalla de esos tres personajes, en la línea de La amante inglesa, de la Duras: la madre que niega, la muchacha atormentada por el secreto, el investigador en busca de la verdad. Sobran, a mi juicio, los parientes bobos que sólo buscan la herencia de Violet; sobran el chófer, la enfermera, la monja. Y sobra, hablando ya estrictamente de la puesta en escena, el tono grave y tedioso, de tragedia solemne, que Saiz ha imprimido al espectáculo. De repente... tiene algo de esperpento siniestro, de drama grotesco y chirriante mezclado con cuento de horror. Anticipa, justamente, las entregas más expresionistas de Williams y el personaje desaforado de Violet Venable, con su malignidad de tarántula, sólo puede entenderse en clave de High Camp, y no en el helado registro de elegancia naturalista que Saiz le ha marcado a Susi Sánchez, la brillante actriz de El rey se muere y Cara de plata. También resulta discutible la elección de Mariano Alameda, que por físico y aura parece el fantasma de Sebastian en vez del inquisitivo doctor Cuckrowicz, toda vez que los secundarios han de pechar con unos roles estereotipados que resuelven por la vía del sainete o de la rigidez mecánica.
El gran momento de Susi Sánchez es uno de los más estremecedores pasajes, la evocación de las tortugas devoradas por los cormoranes, muy bien sentido y recitado, aunque quien se acaba llevando la función es Olivia Molina como Catherine: en la primera parte está conducida como una loquita de manual, con una distanciadora gesticulación en clave de danza, pero crece en lirismo y fuerza a medida que avanza su trabajo, y se marca -ahí hay que aplaudir la valentía de la dirección- un emocionante monólogo final lanzado a pelo, a dos palmos del público. Olivia Molina hace pensar en una sorprendente reencarnación de su madre, con la misma fuerza animal, el mismo dolor a flor de piel y, singular diferencia, una verbalización inteligible. Atención a esta joven y entregadísima actriz, que puede dar muchas más sorpresas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.