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Columna
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Abre tu casa al mundo

Mañana, a esta misma hora, Juan Urbano estaría ya en Rivas Vaciamadrid, para participar como voluntario del II Foro Social Mundial de las Migraciones. Le había hablado de ese acontecimiento su amor capicúa, y en cuanto oyó que el lema que resumía las intenciones de los organizadores era "Ciudadanía universal y derechos humanos", quiso sumarse a la fiesta.

Es que una de las teorías más firmes de Juan era que cada vez resultaba más urgente defender esa palabra en peligro de extinción, la palabra "humano", que con tanta ferocidad acosaban, precisamente, las que debieran ser sus aliados, la política, la economía, la ciencia...

"Qué extraño, es como un río al que intentasen dejar seco sus afluentes", filosofó mientras repasaba la lista de participantes en el evento, en el que iban a estar presentes líderes indígenas, líderes de diversas Organizaciones no Gubernamentales, ecologistas, académicos, artistas y, sobre todo, cientos de personas solidarias que se habían brindado a acoger en sus propias casas a los delegados del Foro, que llegarían a Rivas desde todos los rincones del planeta.

A Juan también le encantaba el nombre que le habían puesto a eso: "Abre tu casa al mundo." Sí, definitivamente le gustaba esa imagen, personas que llegaban a Rivas desde noventa países lejanos y encontraban una ciudad en la que todas las casas tenían las puertas abiertas para ellos.

Por alguna razón, se le vino a la cabeza el poema de Neruda, que para él era el sonido de la vida, la realidad hecha música: "Mi casa era llamada / la casa de las flores, porque por todas partes / estallaban geranios: / era una bella casa con perros y chiquillos / (...) Todo eran grandes voces, sal de mercaderías, / aglomeraciones de pan palpitante, / un profundo latido / de pies y manos llenaba las calles, / metros, litros, esencia / aguda de la vida, / pescados hacinados, / contextura de techos con sol frío en el cual / la flecha se fatiga, / delirante marfil fino de las patatas, / tomates repetidos hasta el mar".

La mente es asociativa, y lo mismo que le había hecho dar a Juan un pequeño salto de Rivas Vaciamadrid a Neruda, lo llevó del Foro Social Mundial de las Migraciones a una noticia del periódico que contaba la historia de un hombre arrestado, en una ciudad costera de Argentina, por liarse a hachazos con un cajero automático que acababa de quedarse con su tarjeta de crédito. El detenido, un abogado, de 39 años, había llegado a la playa desde Buenos Aires y con su familia, para pasar unos días de vacaciones, y cuando se vio sin dinero ni Visa ni nadie que lo auxiliara, intentó forzar el cajero con un destornillador y, después, con el hacha que llevaba en su automóvil. Y, naturalmente, antes que dejara de sonar la alarma del banco, ya estaba en la comisaría.

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"¿Ves lo que te decía?", ponderó Juan, como si hablase con otro: "Ésa es justo la clase de desesperación a las que nos arriesgamos, con tanta máquina puesta en lugar de las personas, tantas voces grabadas que nos atienden al teléfono y hacen imposibles nuestras dudas o nuestras reclamaciones; tantas luces automáticas que se apagan en los baños de los restaurantes mientras estamos dentro; tantas máquinas expendedoras de casi todo que te hablan pero no te contestan, que te dan instrucciones y toman medidas contra ti, como ese cajero que desató la furia del abogado en Mar del Plata... Ya te digo: un mundo cada vez más inhumano".

Lo contrario de la inhumanidad es la solidaridad, y por eso Juan Urbano estaba tan contento de ser voluntario del Foro Social Mundial de las Migraciones. Allí se iba a hablar de los derechos de los inmigrantes y los refugiados, de las políticas de asilo, del drama de la exclusión social... O sea, que se quería hacer visible lo que otros quieren hacer invisible, porque justo en eso consiste la injusticia, en lograr que las desigualdades no se vean o se vean como si fuesen otra cosa, generalmente un peligro.

Qué bárbaro, querer transformar a las personas que tienen hambre en caníbales que vienen a comernos, como intentan hacer todos esos manipuladores que saben que si, como decía Federico García Lorca, "de la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso que atraviesa el corazón de todos los niños pobres", del miedo al racismo hay un puente oscuro, que vuelve ciegos a todos los que lo cruzan.

"Afortunadamente", concluyó Juan, "hay lugares como Rivas a este lado del abismo. Vas allí, ves la verdad y te sientes, otra vez, tan humano".

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