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OTRA MIRADA | Alemania 2006
Columna
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Viva la inteligencia

Leyendo en el mismo periódico la crónica del España-Túnez, ese partido épico que fue una especie de Cantar de los Nibelungos en pantalones cortos y con final feliz, y una entrevista con Sete Gibernau en la que el piloto de Ducati aseguraba, desde su cama del hospital, no recordar absolutamente nada de su accidente del domingo en Montmeló, me acordé de una célebre anécdota del entrenador John Lambie. Cuando el masajista de su equipo le comunicó, muy alarmado, que uno de sus delanteros sufría una conmoción, tras chocar con un rival, y que no recordaba quién era, le respondió: "¡Perfecto! Dile que es Pelé y que vuelva al campo."

No creo que nadie le dijera a Sete que era Ángel Nieto y que se volviera a subir a la moto, pero seguro que el entrenador de la selección española sí sugestionó a sus chicos en el descanso del encuentro del lunes. Sin duda, a Xabi Alonso le dijo que era Fernando Redondo, a Cesc que era Laudrup, a Fernando Torres que era Van Basten, a Joaquín que era el Figo del 2000 y a Raúl que aún era él, porque en la segunda parte nuestros rojos volvieron a hacer bien todo lo que habían hecho en la primera y, además, le inventaron otros diez metros de fondo al campo, le bajaron la cremallera a los tunecinos y se los merendaron como quien se toma media docena de esos deliciosos huevos rellenos, fritos sobre un pan dulce, que son típicos de su país y se llaman tajine. Eso sí, todo ello tras una hora de sufrimiento eterno y que no nos gustaría padecer de nuevo. Entre otras cosas porque, como ya dijo Woody Allen, "la eternidad es muy pesada, sobre todo hacia el final."

El España-Túnez volvió a recordarnos que en este mundo los tópicos existen por dos razones contradictorias: para poder usarlos y para poder acabar con ellos. La selección los usó por el lado de la epopeya, poniéndose tan en plan Rocky III para apelar al sacrificio, la heroicidad y hasta la furia española que creo que si alguno se hubiese lesionado, Aragonés le hace junto a la camilla una versión del barrio de Hortaleza de lo que el mítico entrenador del Liverpool, Bill Shankly, le gritó a uno de sus jugadores, mientras los médicos le atendían en la banda y él se quejaba amargamente de que le dolía la rodilla: "Quítate ese vendaje, vuelve a tu puesto y deja de decir mi rodilla: ésa rodilla no es tuya, ¡es del Liverpool!".

Pero lo mismo que se tiró de esos tópicos para encerrar a los tunecinos en su área, hubo que librarse de otros para poder ganar desde donde se ganan los partidos difíciles, que es desde la inteligencia. La inteligencia necesita espacio, y en ese espacio tiene que haber ideas claras, convicción, serenidad y un punto de audacia: o sea, todo eso que si lo pones en forma de futbolista te sale Cesc, por ejemplo. Qué bien simboliza ese muchacho el motín de esta nueva generación de deportistas españoles que oponen a nuestro clásico sentido de la inferioridad un descaro majestuoso; a nuestro fatalismo histórico, una confianza ciega en su talento y a nuestra fama de perdedores una fe en la victoria que a todos nos está volviendo ni más ni menos que optimistas, con lo que ha sido este país.

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