Cuando Dios baja a la hierba
Dios no es imparcial. En la vida y en los estadios siempre toma partido. Ayuda a unos en detrimento de otros. Y, si nos remitimos a goles o a terremotos, estadísticamente favorece a los más ricos. Cuando le pregunté a Pelé cómo había ejecutado determinada jugada, me respondió: "No lo sé, ha sido Dios". Puesto que, según Santa Teresa, Dios está hasta en los cacharros, pensé que también estaría en las botas de Pelé. Se las pedí y me las regaló. No tardé en comprobar, al calzármelas y tratar de emularlo, que Dios no estaba en esas botas.
En La tournée de Dios de Jardiel Poncela, Dios era del Madrid y hacía que Zamora lo parara todo. Más tarde, el Madrid fichó a Di Stéfano y ya no necesitó tanto a Dios. Porque, con él en el campo y Gento al galope, podían prescindir de favores divinos. Hasta Puskas, barriga en ristre, se permitía el milagro de la parsimonia para controlar un balón antes de chutar, cosa inconcebible en el fútbol actual. No por ello Dios dejó de hacer de las suyas en los estadios. Incluso trampas, llegado el caso. Baste recordar aquel decisivo gol que Maradona marcó con la mano y que atribuyó, sin ambages, a la mano de Dios. Y a la aquiescencia del árbitro, puntualizaría yo. Por que todo hay que decirlo, también Dios necesita, de vez en cuando, que le echen una nada celestial mano para que se cumplan, a ras de hierba, sus altos designios. Y, aún así, no siempre ganan los equipos con más Dios. Véase el caso de Italia que, a falta de Dios, tiene homologado un sistema de juego que ni Dios puede vulnerar. Lo llevan practicando, con oportunas variantes, desde tiempo inmemorial y, a diferencia de selecciones, como la nuestra, que llegan al mundial en busca de la identidad que no tienen, los italianos se presentan, desde el principio, con el descaro y la petulancia del que se sabe dueño y señor del espacio y lo utiliza como Dios. El lunes de su debut, jugaron un soberbio partido. Si bien, por si las moscas, un tal Carlos Eugenio Simón, árbitro del encuentro con Ghana, acorde con la tácita y consabida consigna mundialista de facilitar a los equipos africanos, lo antes posible, el regreso a casa, obsequió a los azzurri con el don de la impunidad en el área.
La selección que tiene más Dios en su haber y más dioses en sus filas es, sin lugar a duda, Brasil. Puede que le siga Argentina. Aunque, según mi metafísico criterio, tiene más fe que gracia. Y, sabido es, que el voluntarismo de la fe dificulta la eclosión de la gracia. Porque, como diría Pelé, los goles los marca Dios y los falla el hombre. Me temo que España haya sido hasta ahora de las selecciones con menos Dios y menos gracia. Confiemos en que, por una vez, baste la fe y que Dios se apiade de nuestra contumacia.
Gonzalo Suárez, escritor y cineasta, recupera el seudónimo de Martín Girard con el que firmó como periodista deportivo en los años sesenta.
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