Zinha revoluciona a México
El delantero de origen brasileño premia la ambición de su cuadro ante el conformista Irán
No podía ser mal jugador llamándose Zinha y siendo de origen brasileño. Así que, cuando entró en la segunda parte, alguna esperanza se encendió. Y parecía apagarse porque el partido se esfumaba e Irán se aferraba a un empate que a México no le servía de nada. Hasta la alegre hinchada mexicana, que acudió en masa a Núrenberg, se sintió invadida por la desesperación. Pero entonces apareció Zinha, propagó un par de corrientes y revolucionó a México, que buscó el triunfo desde el primer minuto. Primero le robó la cartera a Rezaei y le cedió el gol en bandeja a Bravo, que anotaba su segundo tanto. Y después dibujó dos regates en el callejón del 8, abrió a su derecha y se fue al centro a rematar. Allí llegó un pase curvado de Méndez que cabeceó picado.
RESULTADO
MÉXICO 3 - 1 IRÁN
Lavolpe cambia constantemente a sus hombres de puestos y funciones
Ricardo Lavolpe, el técnico argentino de México, había sacudido el árbol hasta que encontró la fruta buscada. Ni Borgetti ni Guille Franco. Era Zinha, que juega en el Toluca, mide 1,65 metros y pesa 65 kilos. Tiene ya 29 años y acaba de superar una grave lesión de rodilla. Talento para un ataque, el mexicano, preso hasta entonces de la mediocridad. A pesar de la riqueza táctica de su técnico, que cambia constantemente a sus hombres de puestos y funciones. Y de su apuesta ofensiva: un atrevido 3-4-3 que contrasta con la hegemonía del 4-4-2. Otra cosa fueron los jugadores. A excepción de Márquez, Zinha y el goleador Bravo, el resto no permite pensar en grandes logros.
Después de una agradable sorpresa en la primera parte, Irán decepcionó en la segunda, además de estar encantado con el empate. Se advierten progresos, pero ninguna consistencia.
El espectáculo estuvo en las gradas. Cerca de 40.000 mexicanos llenaron de jarana la medieval ciudad de Núremberg. También Irán trajo una hinchada numerosa y festiva, repleta de mujeres, la mayoría vestidas a la manera occidental. Y, tratándose de México, hubo música, por supuesto. "¡Ay, ay, ay, ay..., canta y no llores!"...
Cada córner y cada falta lateral se han convertido en medio gol en este campeonato. Las disputas dentro del área son tremendas y parece que los atacantes se sienten imparables ante la protección arbitral. Sucedió en los dos primeros goles. En el primero, Guille Franco ganó la posición, peinó el balón que llegaba de una falta y Bravo, solo junto a la raya de gol, lo acarició. Franco celebró el tanto como si lo hubiese marcado él mismo, tal fue el grado de excitación. No sabía que poco después le esperaría la otra cara de la moneda. Instantes antes de un córner en contra, le tocó perder una especie de baile pugilístico con Rezaei, defensa del Messina, que acabó cabeceando. La pelota quedó muerta y la impulsó a gol el otro central iraní, Golmohammadi. Lavolpe, con su mirada de lechuza, castigó a Franco con la ducha.
Márquez ejerce en México de patrón incontestable. Y, como no llegaba la victoria, el defensa del Barça tuvo libertad para subir en toda la segunda parte. Tanto subió que se quedó colgado arriba muy a menudo, sin aire para volver. La iniciativa fue mexicana, pero sus medios centro, Pardo y Torrado, dan para poco. Ahí la batalla la ganó en el primer tiempo el conjunto asiático con un par de centrocampistas interesantes. El conocido Karimi, del Bayern, pero también Mahdavikia, del Hamburgo, y Nekounam, que tiene una oferta del Hertha de Berlín. Es curioso cómo la Bundesliga ha ido de compras a este país inadvertido futbolísticamente. Ayer había tres titulares que juegan en Alemania. Y otro en el banquillo. Señal de que el fútbol iraní, en su tercer Mundial, avanza. Su problema fue ayer que la principal referencia de tantos años, el delantero y capitán Alí Daei, con más de 100 goles en la selección, no está para nadie. A sus 38 años, le sobran kilos y le falta sensibilidad en los pies.
Lavolpe suplió al desafortunado Torrado y a Borgetti, que tampoco explicó su fama de goleador. Al grito de "¡sí se puede!" de su afición, México atacó y atacó sin ninguna claridad. El partido se extinguía entre la impotencia mexicana y el conformismo iraní. Hasta que lo transformó Zinha, que dio a México justo lo que necesitaba: magia brasileña. Para que los 40.000 mexicanos tuvieran verdaderos motivos de celebración.
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