Selecciones como mujeres
Hasta hace muy poco, las selecciones nacionales se componían de jugadores nacionales, los clubes de jugadores locales y los locales de grupos de parientes y vecinos. El tiempo cruzado de la comunicación total y el guiso planetario de la cocina de fusión han conducido al invariable predominio de la mixtura. Lo dominante no es pues esto o aquello sino la copulación de los dos: el producto estrella no procede de la raza intacta sino de la infección.
En general, el mundo, se presenta como una contundente sala de infecciosos. Contagios sin cesar en todas las direcciones y mediante cualquier especie viral. La salud, asociada a la higiene, la pureza o la blancura, ha sido reemplazada por una enfermedad inaugural consistente en permitir la cohabitación triunfante de lo más extraño. Es el caso de las mujeres y de los equipos de futbol.
La mujer dispone de un organismo dispuesto para no rechazar la injerencia extraña sino todo lo contrario: convierte la sustancia masculina de un cualquiera en el amadísimo hijo propio.
Y casi lo mismo sucede ya con los equipos de fútbol, por machos que se pretendan. En la alineación se enumeran no sólo órganos del mismo tipo, color o creencia. La selección nacional es cada vez menos una selección nacional y sí una acumulación de nacionalizados oportunamente. En la actualidad, se cuenta con dos o tres jugadores de este tipo pero pronto serán tantos como para deshacer la idea de la nacionalidad nacional o para concederle el carácter que han adquirido desde hace poco los clubes como el Arsenal.
El equipo juega como un mecano futbolístico, sin más adscripciones simbólicas que las inventadas por la desconcertada afición. Así, en efecto, se comporta el capitalismo de ficción en todos los órdenes. Bebemos zumo de naranja conociendo que no hay apenas zumo de naranja o tomamos caviar sabiendo que no es caviar, pero hacemos, en ambos casos, como si lo fueran. De la misma manera seguimos enardecidos con un club de baloncesto que se llama como una empresa de sellos pero al que sentimos como si se tratara de nuestra propia estampa. ¿Hasta cuándo esta psicopatía de la afición?
Una profecía bendita de John Lennon anunciaba en Imagine un mundo en que desaparecerían las religiones y las fronteras. Un mundo exento y propicio para la máxima confusión, la interrelación de las diferencias y la orgía de la interpenetración. En ese universo la palabra clave sería la traducción: el modo de transfundir lo extraño en cosa propia y hacer de lo propio un elemento de juego para el bricolaje con los otros o, en suma, para la invención de realidades más henchidas que descosan por fin la camisa de fuerza de las pertenencias y el fanatismo del insufrible hecho diferencial.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.