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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Los raros

1En el barrio -me hago la ilusión de que tengo barrio- hay un raro que anda por ahí sin el menor sello de distinción, aunque siempre he opinado que es un raro que a primera vista engaña. Yo creo que es un raro con mucha profundidad. A primera vista, parece un jorobado infantilizado, una especie de necio pueril, un pobre vagabundo que anda por algunos colmados y supermercados dedicándose a molestar a la gente: les arrebata de las manos, por ejemplo, un cartón de leche que acaban de separar de la estantería, o bien les interrumpe el paso en el estrecho pasillo simulando que está interesado en un producto de cosmética, etcétera.

Pero yo creo que no hay que dejarse llevar por las apariencias con ese jorobado, que al menos a mí siempre me ha recordado al hombrecillo que Walter Benjamin evoca en sus recuerdos infantiles de Berlín. Benjamin le llama el inquilino de la vida torcida y dice que no sólo es el paradigma de la necedad pueril, no es sólo el maleante que roba el vaso a quien quiere beber y la oración a quien quiere rezar. "Ante todo, quien lo mira pierde la capacidad de prestar atención. A sí mismo y al jorobado", dice Benjamin, para quien el hombrecillo es el representante de lo olvidado, que se presenta para exigir en cada cosa la parte del olvido.

La verdad es que al raro de mi barrio, al jorobado, le vi desde el primer día emparentado con el personaje de Benjamin y también con el odradek del relato La preocupación del padre de familia, de Kafka, ese extraño objeto que vive en la escalera del inmueble y que representa a todo aquello que el atormentado padre de familia ha olvidado y que, sin embargo, a diferencia de él y de sus hijos, va a tener una vida eterna.

Creo que un día seguiré al jorobado hasta su cueva, a ver si recupero objetos de mi niñez y de paso recobro algo de mi edén inconfesado, algo de aquellos días ya casi olvidados: los únicos de mi vida en los que me sentí realmente próximo a la eternidad de los minutos.

2

Justo ahora que ya no soy raro, se ha puesto de moda serlo. Aparecen raros por todas partes. Se diría que actualmente serlo -al menos en el espacio literario- trae incorporado un sello de distinción. Entre los raros que siempre lo han sido, pero que ahora salen del armario, hay uno que acaba de decir algo perfecto y que en su momento me habría encantado decir a mí, aun sabiendo que algunos merluzos habrían hallado la oportunidad idónea para lincharme: "Descubrí a Borges y me entusiasmó. Ahí estaba la pasión desaforada por las citas (muchas inventadas o manipuladas), esa fastuosa manera de demostrar lo mucho que uno sabe, de epatar a los pobres imbéciles. Luego me gustó la forma como dejó de ser el autor más culto y pasó a ser el más raro, y luego se convirtió en un falso autor".

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Bien pensado, quizá el paso más coherente después de haber sido raro sea convertirse en un falso autor.

3

Es raro, pero sigue lloviendo. Y es más, sigue cayendo una especie de lluvia oblicua en las páginas de este dietario. Ayer, en Palma de Mallorca, José Carlos Llop presentó Lluvia, la novela de Victoria de Stefano, y entre las mejores palabras que dedicó al libro se encuentra un elogio que comparto plenamente: su aplauso a la valentía que existe tras la lenta densidad del comienzo de Lluvia, pues, como dice la propia autora, "sin el sello de un mínimo de elevación emocional no hay arte que valga". Comparto plenamente el elogio de Llop a "la valentía que implica escribir como uno cree que debe hacerlo y no para gustar, pues la recompensa está siempre en lo primero y lo segundo es tan volátil y se parece tanto a las demás cosas del mundo...".

4

Después de estudiar a fondo el tema general de los raros, uno se pregunta si vamos a encontrarnos con ellos en el juicio final o son tan raros que ni acudirán. Tengo la respuesta. El famoso visionario sueco Swedenborg (raro entre los raros) dice, en Doctrina novae Hyerosolymae, que el juicio final ya ha pasado, tuvo lugar el 9 de enero de 1757.

5

No confundir a los raros con los vanguardistas. Hay mucha diferencia entre Mario Bellatín y André Breton, por ejemplo. Como explica Sergio Pitol en El mago de Viena, el vanguardista (tipo Breton, Tzara) forma grupo, lucha por desbancar del canon a los escritores que le precedieron por considerar que sus procedimientos literarios y el manejo del lenguaje son ya obsoletos, y que su obra, la de ellos, dadaístas, surrealistas, es la única y verdaderamente válida. Consideran que su paso adelante depura el canon de los autores que ellos desdeñan. Eso, por lo general, no les sucede a los raros, a los excéntricos (tipo Roussel, Gadda, Kafka), pues ellos no se proponen programas ni estrategias y son reacios a formar grupúsculos. Escriben de la única manera que les exige su instinto (como creen que deben hacerlo y nunca para gustar) y el canon no les estorba ni tratan de transformarlo. Mientras que los vanguardistas son severos y moralistas -por desgracia conozco muchos- y en su lucha contra el canon su escritura se carga de pésimos humores, los raros, en cambio, suelen estar bendecidos por el humor, aunque sea negro; son tan excéntricos que siempre creen que dejaron, ya hace tiempo, de ser raros.

6

Hay raros muy dotados para los aforismos. Ahí va una cita (ni inventada ni manipulada) de Lichtenberg, acreditado hombre de letras raro: "Entre todas las curiosidades que había acumulado en su casa, él mismo acababa siendo la más grande".

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