El hasta luego del decano
El Eibar se despide de Segunda, tras 18 temporadas, con un orgullo doble: su visión del fútbol y sus cuentas saneadas
"En el curso 1987-1988 subimos a Segunda y pensamos: 'Bueno, disfrutaremos un añito", asegura José Ignacio Garmendia, portero del Eibar durante 14 temporadas, antes de cerrar su carnicería en Villabona. Sin embargo, el añito se convirtió en 18 ininterrumpidos hasta que en el actual, a falta de cuatro jornadas, el mal juego, las lesiones y las desgracias terminaron por romper un sueño del que los eibarreses no deseaban despertar.
Y es que la historia del Eibar es la del equipo proletario en una ciudad que ha sufrido las crisis, las reconversiones industriales, la desaparición casi total de las fábricas de armas -de ahí, el sobrenombre de armeros- o la destrucción durante la Guerra Civil como castigo por ser la primera ciudad en proclamar la II República, pero que ha mantenido gracias al fútbol su cuota de popularidad y su fama de irredenta.
El decano de Segunda se marcha tras una campaña nefasta que empezó a lo grande. Hace diez meses, los azulgrana se quedaron a tres puntos del ascenso a Primera de la mano de José Luis Mendilibar. Tres días después de la pechada, Carlos Terrazas tomaba el mando asegurando que su objetivo era subir. "La frase nos sonó mal porque nuestro ambición de siempre era llegar a los 50 puntos, pero no se puede llevar la contraria a un entrenador", explica Jaime Barriuso, el presidente. "Quizás de forma inconsciente, nos desequilibró el éxito y el buen juego. El equipo siempre ha estado en el filo de la navaja y no podemos perder el sentido de lo que somos. Si no tenemos la calidad de otros, hemos de pelear, guerrear, ganar en casa y sacar algún punto fuera. Ésta ha sido la filosofía del club y tiene que seguir siéndolo", afirma.
Con esta base, el Eibar ha pasado a la historia por su rocosidad. Garmendia recuerda al cuadro de futbolistas como Bixente, Olaizola o Artetxe como "el rey de los empates". "Rentabilizábamos al máximo un gol. Nuestros marcadores eran siempre cortos", indica el guardameta, que fue galardonado dos veces con el premio Zamora. "En la temporada 1990-91 marcamos 19 goles en 38 partidos y recibimos 22. Quedamos los décimos", tercia Juan Luis Mardagas, presidente durante 14 años, con orgullo y picardía. "La teórica inferioridad del Eibar nos hacía superarnos. Ése era el mérito: la humildad. Nos surtíamos de jugadores de categorías inferiores y actuábamos como trampolín, como escaparate", explica Periko Alonso, ex técnico. "Un día echamos la cuenta con Blas Ziarreta [veterano preparador] y en dos cursos pasaron por el Eibar 80 jugadores... Cuando se tiene un presupuesto tan bajo, te nutres de gente de Segunda B o de veteranos", asevera Ion Cortina, delantero durante seis cursos. "Aquí no tenemos ningún jugador que sobresalga porque una de nuestras máximas es que a cualquiera que reciba una oferta mejor, aunque tenga contrato, le abrimos las puertas para que crezca", insiste el presidente. Cada temporada aparecían y desaparecían una media de 15 jugadores.
Tal vez sean esas carencias las que hayan hecho grande al Eibar. Con un presupuesto que nunca ha superado los tres millones de euros, siempre se encontraba entre los cuatro más bajos de Segunda, Y, con una masa social inferior a las 3.000 personas, desciende ahora a Segunda B con el orgullo de ser el club profesional con las cuentas más saneadas. "Ahora me entran las dudas de si tenemos que invertir más, pero creo que debemos seguir en números negros", dice Barriuso. "En muchos equipos, el descenso ha conllevado el derrumbe. En el Eibar, simplemente, han venido las cosas mal. Pero habrá que afianzarse y mantener el caché, el honor y el señorío", apunta Garmendia. "En los últimos tiempos se jugó muy bien. Eso acaso nos hizo pensar que éramos más de lo que somos", comenta Alonso.
El triste colofón del Eibarpool, así bautizado en la ciudad, no es sino un hasta luego. "Completaremos un equipo competitivo", concluye Barriuso.
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