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Columna
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El Mundial

Manuel Rivas

Los habitantes, los agentes de policía, los bandidos y los presos de São Paulo están deseando que llegue el Mundial de Fútbol. Una de las principales demandas planteadas en los motines carcelarios era la dotación de televisores en las prisiones. Según las noticias, entre otras exigencias, los amotinados pedían unos cien aparatos para poder sintonizar los partidos. Ha habido más de cien muertos. Son muertos de carne y hueso, caídos de este lado de la pantalla. La televisión, tantas veces catalogada como escuela de violencia, aparece en esta ocasión como un agente pacificador. Y el fútbol, factoría de fanatismos, se presenta en este caso como un ansiado periodo de tregua. El balón, con esa forma de globo terráqueo con las cicatrices cosidas, irrumpe dando botes hipnóticos, y es posible que, mientras dure el campeonato, las calles de São Paulo sean remansos de paz.

Yo también espero que llegue el Mundial. Es por la escalera. He estado escribiendo durante un tiempo en una buhardilla de un edificio de once pisos. Como ejercicio para atenuar ese efecto de las largas sentadas que los portugueses denominan cu de chumbo (culo de plomo), me propuse bajar y subir la escalera y renunciar al ascensor. Mis expediciones coincidían con el horario de los noticiarios de radio y televisión. En cada descansillo, me atacaba un suceso, salido de los televisores, que aporreaba la puerta, me daba un manotazo y se lanzaba atronando por el hueco de la escalera. Incluso escuché la noticia de que un ministro de Defensa se había abalanzado contra una manifestación de víctimas del terrorismo e intentó agredir a miles de personas, por lo que había intervenido la Gestapo. Otra noticia que me impresionó mucho fue la de un dirigente político que hablaba de avalanchas de inmigrantes delincuentes traídos por una agencia de viajes del Gobierno, y a los que se proveía de un salvoconducto y una pata de cabra. Empecé a entender el porqué no había nunca nadie en la escalera y el porqué los vecinos de más edad permanecían atrincherados en sus casas. Comprendí también, por fin, en qué consiste la Ley de la Adicción a las Especies Picantes, enunciada por Karl Popper. Ahora voy en el ascensor. No volveré a la escalera hasta que empiece el Mundial.

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