Me cae bien Maragall
Desde muy joven he sido políticamente incorrecto y no voy a dejar, a mis años, de serlo. Por tanto, hago saber que me cae bien Pasqual Maragall, precisamente ahora, cuando parece que, según el deseo obsesivo de sus enemigos y rivales, figura que decae o incluso cae. ¿No resulta paradójico que el impulsor del nuevo Estatuto; el que aportó votos decisivos al ZP federalista para que lo apoyara; el que quiso integrar a Esquerra Republicana (ERC) en la Generalitat, pese a sus repetidas deslealtades, y forzó a un rencoroso Artur Mas a sumarse de hecho al Pacto del Tinell para que hubiera piña estatutaria, sea hoy declarado culpable del no republicano y de la ruptura del tripartito o haya de aguantar que el señor Mas le califique en el Parlament del "peor presidente que ha tenido nunca la Generalitat" y que el señor Carod diga que en su no al Estatuto va incluido quien mejor le ha tratado en este bienio? La coincidencia en tanto ataque viene a reconocer, en forma negativa, lo obvio: el papel central que ha desempeñado Maragall en el primer Gobierno catalanista de izquierdas, así como en la gestación y aprobación del mejor estatuto que ha obtenido el país en 75 años. De ahí el temor a que un amplio sí al Estatuto pueda interpretarse como un plebiscito a Maragall. Por eso se le conmina a que se despida antes, no vaya a ser que reciba el merecido premio en las elecciones que él mismo ha convocado. Que Artur Mas, obsesivo, casi implore y lance la consigna periodística de que Maragall no sea de nuevo candidato muestra a las claras que es el único rival al que teme porque puede derrotarle por segunda vez y privarle de su última oportunidad. ¿Quién supera en moral a un presidente que se presta a ser vapuleado por ERC con tal que el Estatuto se apruebe por amplia mayoría y que asume los ataques personales de Convergència i Unió (CiU) (como ZP los del PP) con tal de que se sume al sí y no pueda cantar victoria el viejo aliado de los convergentes, el nacionalismo español más reaccionario?
Maragall es un tipo peligroso porque, como Rodríguez Zapatero, no ha ambicionado nunca el poder personal ni se aferra a él. Por tanto, es incorruptible, es un convencido tenaz, no cambia de chaqueta; negocia, no mercadea; no es demagogo ni engaña; antepone el país al partidismo. A políticos así de peligrosos hay que provocarles el fuera de juego como sea y todo vale.
Tras ganar a Jordi Pujol y a Artur Mas en votos (y no en escaños por culpa de una ley electoral de CiU que la favorece), Maragall logró un ambiguo apoyo de Josep Lluís Carod, aspirante a sucederle en la presidencia si, como esperaba el republicano, el rechazo de Zapatero a las cláusulas inconstitucionales mantenidas por ERC en el proyecto de Estatuto, hacía de Maragall el cómplice de un ambicioso proyecto nacional fracasado. Así ha ocurrido, afirma el propio Carod. Por otro lado, los continuos insultos personales de los señores Mas y Duran Lleida al nuevo presidente, ya tradicionales y similares a los de Mariano Rajoy a Zapatero, confirman que para la monarquía pujolista y sus hereus sólo merece respeto una presidencia de la Generalitat en poder de la dinastía derrocada dos veces por el socialista. La más astuta forma de recuperarla era presentarse, con claro oportunismo camaleónico, ante el Gobierno español como el factor clave de un proyecto nunca antes exigido por una CiU aliada del PP y mostrarse dispuesto a participar del poder central del PSOE (¡el colmo de un españolismo siempre criticado al PSC!) con tal de que Maragall fuera sucursalizado y se le impidiera desde Madrid seguir gobernando. La famosa foto Zapatero-Mas, tan aireada, indica la desenvuelta desfachatez de quien pretende hacernos creer que el Estatuto es obra suya y no, en primerísimo lugar, del PSC-PSOE.
En rigor, el Estatuto ha sido el instrumento del que se han valido ERC y CiU para desgastar y quemar a quien era su centro impulsor, provocando incluso que algunos socialistas de allí y de acá colaboraran a ese desgaste, de forma tan desagradecida como injusta, con el pretexto de que se perdían votos ante el PP. ¿Es eso la política?, se preguntan muchos. El desconcierto y hastío de los ciudadanos, así conseguido, ¿ha de tener como único chivo expiatorio al más inocente y abnegado porque así lo exija un poder mediático en manos de las derechas catalanas? Lo más curioso es que las izquierdas quieren repetir el tripartito fenecido, ya que el nuevo Estatuto está pensado para ser desarrollado por ellas y no por CiU, que lo denuncia como "intervencionista" y no dedicaría la rica financiación adjunta a tareas sociales nunca emprendidas por su neoliberalismo y sus intereses conservadores. Por tanto, que busque ya desde ahora el PSC (ante la ley electoral que otorga a CiU un número desproporcionado de escaños) quien pueda lograr para los socialistas la mayoría absoluta o casi que los libere de futuros apoyos conflictivos de ERC o del pacto antinatural sociovergente con la derecha seudonacionalista.
Existe entre catalanistas demócratas la causa común de impedir una victoria para el PP, el cual, gracias a una buena suma de noes y abstenciones, volvería a poner en aprietos al líder que, de acuerdo con las encuestas, es el más valorado en Cataluña junto a Maragall: el presidente Rodríguez Zapatero. Si la sensatez y el patriotismo se movilizan triunfará el sí. Ahora bien, mientras que el no será un fracaso para ERC, por su incoherencia nacionalista, el sí se presentará por ciertos medios sectarios como una victoria de quien fingió en Madrid exigir más que nadie para después aceptar lo ya obtenido antes por el tripartito a cambio de aparecer ante los ingenuos como el gran protagonista del acuerdo. Pero, así como no podremos distinguir entre los noes de ERC y los del PP, los síes nadie se los negará a Rodríguez Zapatero y a su hombre en Cataluña: ¿Lo sigue siendo Maragall o a partir de ahora lo será Mas? Que el PSC decida.
José Antonio González Casanova es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona.
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